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AMADÍS DE GAULA
aunque bien cercada no estoviese, que mejor en ella
que en el campo se podría reparar ; asi que, en poca
de hora se alejó gran pieza de la montaña.
Avisadas por sus espías las fuerzas del rey Ará-
bigo iban tras él esperando la ocasión conveniente
para el ataque.
Ocurrió entonces que el santo ermitaño tuvo que
enviar con un recado para Lisuarte a dos donceles
de Amadís, los cuáles, llegados al real, encontraron
que ya eran las fuerzas partidas para Luvaina. Si-
guieron sus huellas, y de allí a poco vieron cómo ba-
jaban de la montaña y seguían al rey Lisuarte los
temibles ejércitos del rey Arábigo.
Volvieron riendas y, galopando toda la noche,
llegaron al alba a la tienda de Amadís, a quien des-
pertaron haciéndole saber lo que ocurría. Este acordó
con su padre ir con todas sus fuerzas en socorro del
Rey de la Gran Bretaña; pero por ganar tiempo,
Amadís partió delante llevando consigo a don Cua-
dragante, e a don Florestán, su hermano, e Angrío-
te de Estravaus e Gandalin y cuatro mil caballeros,
e al maestro Elisabat, que así en esta jornada como
en las batallas pasadas hizo cosas maravillosas de
su oficio, dando la vida a muchos de los que ha-
ber no la podieran sino por Dios y por él. Con esta
compaña tomó el camino, y el Rey su padre e to-
dos los otros en sus batallas ordenadas tras él.
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