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EL FIN DE LA BATALLA


      —Hijo, fágase como  te parece,  así por eso que
    dices como porque más gente no muera; que aquel
     Señor que todas  las cosas sabe, bien ve que esto
    más se deja por su servicio que por otra ninguna
    causa; que en nuestra mano está toda su destrui-
    ción, según son vencidos.
      Entonces  el rey Perión e don Cuadragante por
    una parte, e Amadís e Galtines por la otra, comen-
    zaron a apartar la gente, e hiciéronlo con poca pre-
    mia, que ya  la noche  los  partía. El rey Lisuarte,
    que estaba en esperanza ninguna de poder cobrar
    lo perdido y determinado de morir antes que ser
    vencido, cuando vio que aquellos caballeros aparta-
    ban la gente mucho fué maravillado, e bien creyó
    que no sin algún gran misterio aquello se facía,  y
    estovo quedo hasta ver qué  dello podría redundar.
     E como el rey Cildadán vio  lo que  los contrarios
    hacían, dijo al Rey:
      —Paréceme que aquella gente no   os  seguirá, e
    honra nos facen;  y  pues que así es, recojamos  la
    nuestra, e vamos a descansar, que tiempo es.
      Así se partió esta batalla como oídes; e las gen-
    tes apartadas e tornadas a sus  reales, pusieron tre-
    guas por dos  días, porque  los muertos eran mu-
    chos, e acordóse que seguramente cada una de  las
    partes pudiese llevar los suyos. El trabajo que pa-
    saron en  los  soterrar e  los  llantos que por  ellos
     ficieron, será excusado decirlo.
      El rey Lisuarte, después de rendidos los debidos
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