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AMADÍS DE GAULA
honores al cadáver del Emperador, estaba sumido
en las más hondas vacilaciones, que bien advertía
que con las fuerzas que le restaban no podría sos-
tener una tercera batalla sin ser vencido en ella.
Con todo, porque no sufriera su honra, juntó a
sus aliados y les manifestó que estaba dispuesto a
morir en la pelea, pero nunca a solicitar paces. To-
dos le aseguraron que querían correr su misma
suerte y se prepararon para continuar la guerra
cuando fueran las treguas pasadas.
CAPITULO CUARTO
LAS GESTIONES DE PAZ
Entre tanto, un anciano ermitaño que moraba en
aquella comarca, llamado Nasciano, y que gozaba de
gran fama y prestigio entre todos los contendientes
por su santidad y virtudes, tenía gran pesar en su
corazón de que así se destrozara la flor de la caba-
llería de tantos reinos, y como sabía el secreto de los
amores de Oriana y Amadís, que muchas veces se
había confesado con él la Princesa, se encaminó a la
Insola Firme para rogar a Oriana que le permitiera
revelar al rey Lisuarte lo que mediaba entre ella y
Amadís, confiando en que sólo con aquello queda-
ría ya la guerra acabada.
Habló con Oriana al tiempo que los caballeros
luchaban con mayor furia, y la Princesa, acongoja-
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