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LAS GESTIONES DE PAZ
dísima, no sólo le permitió que comunicara a su
padre aquel secreto, sino que le suplicó que hiciera
cuanto le fuera posible para que cesara tan espan-
tosa guerra, en la que, venciera quien venciera, Ama-
dís a Lisuarte o Lisuarte a Amadís, siempre había
de salir destrozado el corazón de la Princesa.
Durante las treguas, consiguió el santo ermitaño
llegar a la tienda de Lisuarte. Habló a solas con el
Rey, refirióle los amores de Oriana, y en nombre de
Dios le suplicó, postrándose a sus pies, que diera
fin a la tremenda lucha con unas alegres bodas.
El Rey estuvo largo rato meditando, y aparte de
la seguridad de ser vencido en la guerra, dada la
escasez de las fuerzas que le quedaban, pensó que,
muerto el Emperador, con nadie podría casar a
Oriana mejor que con Amadís, cuyo altísimo valer
nadie tanto como él conocía, y así le respondió al
ermitaño que, siempre que su honra quedara a sal-
vo, estaba muy dispuesto a concertar paces y a
que se celebrara aquel enlace.
Muy contento, trasladóse entonces el santo hom-
bre al campo de Amadís, habló en secreto con éste
y encontró que también él estaba deseoso de ter-
minar la guerra por no verse en el caso de derro-
tar al padre de su señora. Oído esto, refirióle el er-
mitaño cómo, por mandado de la Princesa, había re-
velado al rey Lisuarte los amores de ésta con
Amadís y cómo el Rey se manifestaba conforme con
el matrimonio.
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