Page 108 - El niño con el pijama de rayas
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20. El último capítulo
        Después de aquello, nada volvió a saberse de Bruno.
        Varios  días  más  tarde,  después  de  que  los  soldados  hubieran  registrado
      exhaustivamente los alrededores y recorrido los pueblos cercanos con fotografías
      del niño, uno de ellos encontró el montón de ropa y las botas que Bruno había
      dejado junto a la alambrada. No tocó nada y corrió en busca del comandante.
      Éste examinó el lugar y miró a derecha e izquierda, tal como había hecho Bruno,
      pero  no  logró  explicarse  qué  le  había  pasado  a  su  hijo.  Era  como  si  hubiera
      desaparecido de la faz de la tierra dejando sólo su ropa.
        Madre  no  regresó  a  Berlín  tan  deprisa  como  había  pensado.  Se  quedó  en
      Auschwitz  varios  meses,  esperando  noticias  de  Bruno,  hasta  que  un  día,  de
      repente,  pensó  que  quizá  su  hijo  había  vuelto  a  casa  solo.  Entonces  regresó
      inmediatamente a su antiguo hogar, con la vaga esperanza de encontrarlo sentado
      en el escalón de la puerta, esperándola.
        No estaba allí, por supuesto.
        Gretel  también  regresó  a  Berlín,  y  pasaba  mucho  rato  a  solas  en  su
      habitación,  llorando,  pero  no  porque  había  tirado  todas  sus  muñecas  y  dejado
      todos sus mapas en Auschwitz, sino porque echaba mucho de menos a Bruno.
        Padre se quedó en Auschwitz un año más y acabó ganándose la antipatía de
      los  otros  soldados,  a  quienes  trataba  sin  piedad.  Todas  las  noches  se  acostaba
      pensando en Bruno y todas las mañanas se despertaba pensando en Bruno. Un día
      elaboró una teoría acerca de lo que había podido ocurrir y volvió al tramo de
      alambrada donde un año atrás habían encontrado la ropa de su hijo.
        Aquel lugar no tenía nada especial ni diferente, pero Padre exploró un poco y
      descubrió que la base de la alambrada no estaba bien sujeta al suelo, como en los
      otros sitios, y que al levantarla dejaba un hueco lo bastante grande para que una
      persona muy pequeña, quizá un niño, se colara por debajo. Entonces miró a lo
      lejos  y  poco  a  poco  fue  atando  cabos,  y  notó  que  las  piernas  empezaban  a
      fallarle, como si ya no pudieran sostener su cuerpo. Acabó sentándose en el suelo
      y  adoptando  casi  la  misma  postura  que  Bruno  había  adoptado  todas  las  tardes
      durante un año, aunque sin cruzar las piernas debajo del cuerpo.
        Unos meses más tarde, llegaron otros soldados a Auschwitz y ordenaron a
      Padre que los acompañara, y él fue sin protestar y se alegró de hacerlo porque
      ya no le importaba lo que le hicieran.
        Y así termina la historia de Bruno y su familia. Todo esto, por supuesto, pasó
      hace mucho mucho tiempo, y nunca podría volver a pasar nada parecido.
        Hoy en día, no.
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