Page 103 - El niño con el pijama de rayas
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Shmuel—. Pensé que quizá te quedarías en tu casa.
        —Yo tampoco estaba seguro de poder venir —dijo Bruno—. Hacía muy mal
      tiempo.
        Shmuel  asintió  y  extendió  los  brazos  hacia  Bruno,  que  abrió  la  boca,
      asombrado. Shmuel le estaba mostrando unos pantalones de pijama, una camisa
      de pijama y una gorra de tela idénticos a los que vestía él. La ropa no parecía
      muy  limpia,  pero  se  trataba  de  un  disfraz,  y  Bruno  sabía  que  los  buenos
      exploradores siempre llevaban la ropa adecuada.
        —¿Todavía quieres ayudarme a encontrar a mi padre? —preguntó Shmuel, y
      Bruno se apresuró a asentir.
        —Por supuesto —dijo, pese a que encontrar al padre de Shmuel no era tan
      importante para él como la perspectiva de explorar el mundo que había al otro
      lado de la alambrada—. No te dejaré en la estacada.
        Shmuel levantó la parte inferior de la alambrada y le pasó la ropa, cuidando
      de que no tocara el suelo embarrado.
        —Gracias —dijo Bruno, rascándose la pelada cabeza y preguntándose cómo
      no  se  le  había  ocurrido  llevar  una  bolsa  donde  guardar  su  ropa,  porque  si  la
      dejaba en el suelo se pondría perdida. Pero no tenía alternativa. Podía dejarla allí
      hasta más tarde y resignarse a encontrarla completamente manchada de barro, o
      podía  suspenderlo  todo,  y  eso,  como  sabe  todo  buen  explorador,  estaba
      descartado.
        —Bueno,  date  la  vuelta  —dijo  Bruno  señalando  a  su  amigo,  que  se  había
      quedado allí plantado—. No quiero que me mires.
        Shmuel obedeció, Bruno se quitó el abrigo y lo dejó con cuidado en el suelo.
      Luego se quitó la camisa y se estremeció ligeramente, pues hacía frío, antes de
      ponerse la camisa del pijama. Cuando se la pasó por la cabeza cometió el error
      de respirar por la nariz; no olía muy bien.
        —¿Cuándo lavaron esto por última vez? —preguntó, y Shmuel se dio la vuelta.
        —No sé si lo han lavado alguna vez —contestó.
        —¡Date la vuelta! —ordenó Bruno, y Shmuel obedeció.
        Bruno miró a izquierda y derecha una vez más, pero seguía sin haber nadie
      por allí, así que inició la difícil tarea de quitarse los pantalones mientras mantenía
      el equilibrio con una sola pierna. Le produjo una sensación muy extraña quitarse
      los pantalones al aire libre, y no quería ni imaginar lo que pensaría cualquiera
      que lo viera haciéndolo, pero al final, y con gran esfuerzo, logró completar la
      tarea.
        —Ya está —anunció—. Ahora ya puedes mirar.
        Su amigo se volvió en el preciso instante en que Bruno daba el toque final a su
      disfraz  calándose  la  gorra.  Shmuel  parpadeó  y  meneó  la  cabeza.  Era
      extraordinario. Si no fuera porque Bruno no estaba tan delgado ni tan pálido como
      los  niños  de  su  lado  de  la  alambrada,  habría  costado  distinguirlo  de  ellos.  Casi
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