Page 102 - El niño con el pijama de rayas
P. 102
19. Lo que pasó el día siguiente
El día siguiente, viernes, también fue lluvioso. Cuando despertó por la
mañana, Bruno se asomó a la ventana y se llevó una decepción al ver que llovía
a cántaros. De no ser porque aquélla iba a ser la última oportunidad para él y
Shmuel de pasar un rato juntos (por no mencionar que la aventura prometía ser
muy emocionante, sobre todo porque incluía un disfraz), lo habría dejado para
otro día y habría esperado hasta la semana siguiente, cuando no tenía planeado
nada especial.
Sin embargo, las agujas del reloj seguían avanzando y él no podía
remediarlo. Además, todavía era temprano y podían pasar muchas cosas desde
aquel momento hasta última hora de la tarde, que era cuando solían encontrarse
los dos amigos. Seguramente para entonces habría parado de llover.
Durante las clases de la mañana con herr Liszt, Bruno miró una y otra vez por
la ventana, pero no parecía que fuera a remitir, pues la lluvia golpeaba
ruidosamente los cristales. A la hora de comer, miró por la ventana de la cocina
y comprobó que estaba amainando y que el sol incluso asomaba tímidamente
por detrás de un nubarrón. Durante las clases de Geografía e Historia de la tarde
siguió mirando, pero la lluvia volvió a arreciar aún más y amenazó con romper
los cristales de la ventana.
Por fortuna, paró de llover cuando herr Liszt estaba a punto de marcharse, así
que Bruno se puso unas botas y su pesado abrigo, esperó a que no hubiera nadie a
la vista y salió de la casa.
Sus botas chapoteaban por el barro y Bruno disfrutó más que nunca con el
trayecto. A cada paso que daba se arriesgaba a tropezar y caerse, pero eso no
llegó a suceder y consiguió mantener el equilibrio, incluso en un tramo del
camino particularmente difícil, cuando levantó la pierna izquierda, la bota quedó
enganchada en el barro y el pie se le salió.
Bruno miró el cielo, y aunque todavía estaba muy oscuro, pensó que, como
había llovido mucho todo el día, seguramente estaría a salvo aquella tarde.
Después, cuando llegara a casa, no iba a ser fácil justificar por qué iba tan sucio;
pero aquello podría atribuirse a que era el típico niño, como siempre afirmaba
Madre; no creía que tuviera muchos problemas. (Madre llevaba varios días más
contenta de lo habitual, mientras iban cerrando las cajas con todas sus
pertenencias y las cargaban en un camión para enviarlas a Berlín).
Cuando Bruno llegó al tramo de la alambrada donde solían encontrarse,
Shmuel estaba esperándolo, y por primera vez no estaba sentado con las piernas
cruzadas y los ojos fijos en el suelo, sino de pie y apoyado contra la alambrada.
—Hola, Bruno —dijo cuando vio acercarse a su amigo.
—Hola, Shmuel.
—No estaba seguro de que volviésemos a vernos. Por la lluvia y eso —dijo