Page 107 - El niño con el pijama de rayas
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Bruno arrugó la frente. Miró el cielo y entonces oyó otro fragor, el ruido de
      un trueno, y de inmediato el cielo pareció oscurecerse más, hasta volverse casi
      negro, y empezó a llover a cántaros, aún más fuerte que por la mañana. Bruno
      cerró  los  ojos  un  instante  y  sintió  cómo  lo  mojaba  la  lluvia.  Cuando  volvió  a
      abrirlos, ya no estaba desfilando, sino más bien siendo arrastrado por toda aquella
      gente. Lo único que notaba era el barro pegado por todo el cuerpo y el pijama
      adhiriéndose  a  su  piel  por  efecto  de  la  lluvia.  Anheló  estar  en  su  casa,
      contemplando el espectáculo desde lejos, y no arrastrado por aquella multitud.
        —Bueno, basta —le dijo a Shmuel—. Aquí me voy a resfriar. Tengo que irme
      a casa.
        Pero  apenas  lo  dijo,  sus  pies  subieron  unos  escalones  y,  sin  detenerse,
      comprobó que ya no se mojaba porque estaban todos amontonados en un recinto
      largo y sorprendentemente cálido. Debía de estar muy bien construido porque
      allí  no  entraba  ni  una  sola  gota  de  lluvia.  De  hecho,  parecía  completamente
      hermético.
        —Bueno,  menos  mal  —comentó,  alegrándose  de  haberse  librado  de  la
      tormenta aunque sólo fuera por unos minutos—. Supongo que esperaremos aquí
      hasta que amaine y que luego podré marcharme a casa.
        Shmuel se pegó cuanto pudo a Bruno y lo miró con cara de miedo.
        —Lamento que no hayamos encontrado a tu padre —dijo Bruno.
        —No pasa nada.
        —Y lamento que no hayamos podido jugar, pero lo haremos cuando vayas a
      visitarme. En Berlín te presentaré a… ¿cómo se llamaban? —se preguntó, y sintió
      frustración porque se suponía que eran sus tres mejores amigos para toda la vida,
      pero ya se habían borrado de su memoria. No recordaba ni sus nombres ni sus
      caras—. En realidad —dijo mirando a Shmuel—, no importa que me acuerde o
      no. Ellos ya no son mis mejores amigos.
        Miró hacia abajo e hizo algo poco propio de él: le tomó una diminuta mano y
      se la apretó con fuerza.
        —Tú eres mi mejor amigo —dijo—. Mi mejor amigo para toda la vida.
        Es  posible  que  Shmuel  abriera  la  boca  para  contestar,  pero  Bruno  nunca
      escuchó lo que dijo porque en aquel momento se oyó una fuerte exclamación de
      asombro de todas las personas del pijama de rayas que habían entrado allí, y al
      mismo tiempo la puerta se cerró con un resonante sonido metálico.
        Bruno arqueó una ceja; no entendía qué pasaba, pero dedujo que tenía que
      ver con protegerlos de la lluvia para que la gente no se resfriara.
        Y entonces la larga habitación quedó a oscuras. Pese al caos que se produjo,
      de algún modo Bruno logró seguir sujetando la mano de Shmuel; no la habría
      soltado por nada del mundo.
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