Page 106 - El niño con el pijama de rayas
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—Sí, pistas. —Bruno asintió con la cabeza—. Tienes razón. Vamos allá.
De modo que Bruno cumplió su promesa y los dos niños pasaron una hora y
media buscando pistas. No estaban muy seguros de qué andaban buscando,
aunque Bruno seguía sosteniendo que un buen explorador sabe cuándo ha
encontrado una pista.
Pero no encontraron nada que los orientara acerca del paradero del padre de
Shmuel, y empezaba a oscurecer.
Bruno miró el cielo, que volvía a estar cubierto, como si fuera a llover.
—Lo siento, Shmuel —dijo al final—. Lamento que no hayamos encontrado
ninguna pista.
Shmuel asintió con la cabeza tristemente. En realidad no estaba sorprendido.
En realidad no esperaba encontrar nada. Pero de todas maneras le había gustado
que su amigo pasara al otro lado de la alambrada para ver dónde vivía él.
—Creo que debería irme a mi casa —añadió Bruno—. ¿Me acompañas hasta
la alambrada?
Shmuel abrió la boca para contestar, pero en ese momento se oyó un fuerte
silbato y unos diez soldados rodearon una zona del campamento, la zona en que
se encontraban Bruno y Shmuel.
—¿Qué pasa? —susurró Bruno—. ¿Qué significa esto?
—A veces pasa. Organizan marchas.
—¿Marchas? Yo no puedo participar en una marcha. Tengo que llegar a casa
antes de la hora de cenar. Esta noche hay rosbif.
—¡Chist! —dijo Shmuel llevándose un dedo a los labios—. No digas nada o se
enfadarán.
Bruno frunció el entrecejo, pero sintió alivio al ver que todos los ataviados con
pijama de rayas de aquella parte se estaban congregando, y que a la mayoría los
juntaban los soldados a empujones, así que Shmuel y él quedaron escondidos en
el centro del grupo, donde no se los veía.
No sabía por qué parecían todos tan asustados (al fin y al cabo, hacer una
marcha no era tan terrible). Le habría gustado decirles que no se preocuparan,
que Padre era el comandante, y que si él quería que la gente hiciera aquellas
cosas, no había nada que temer.
Volvieron a sonar los silbatos y el grupo, formado por cerca de un centenar
de personas, empezó a avanzar despacio, con Bruno y Shmuel en el centro. Se
oía un poco de alboroto hacia el fondo, donde algunas personas parecían reacias
a desfilar, pero Bruno era demasiado bajito para ver qué pasaba y lo único que
oyó fueron unos fuertes ruidos que parecían disparos, aunque no lo sabía con
certeza.
—¿Dura mucho la marcha? —susurró, porque empezaba a tener hambre.
—Me parece que no —contestó Shmuel—. Nunca he vuelto a ver a nadie que
haya ido a hacer una marcha. Pero supongo que no.