Page 104 - El niño con el pijama de rayas
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podía decirse (o eso pensó Shmuel) que en realidad eran todos iguales.
        —¿Sabes a qué me recuerda esto? —preguntó Bruno.
        —¿A qué?
        —A la Abuela. ¿Recuerdas que te hablé de ella? La que murió…
        Shmuel  asintió;  Bruno  le  había  hablado  mucho  de  ella  todo  aquel  año  y  le
      había explicado cuánto la quería y cómo lamentaba no haber tenido tiempo para
      escribirle más cartas antes de su muerte.
        —Me recuerda a las obras de teatro que preparaba con Gretel y conmigo —
      dijo Bruno, y desvió la mirada mientras rememoraba aquellos días en Berlín, que
      formaban parte de los pocos recuerdos que se resistían a difuminarse—. Siempre
      tenía  un  disfraz  adecuado  para  mí.  « Si  llevas  el  atuendo  adecuado,  te  sientes
      como la persona que finges ser» , solía decirme. Supongo que eso es lo que estoy
      haciendo ahora, ¿no? Fingir que soy una persona del otro lado de la alambrada.
        —Quieres decir un judío —precisó Shmuel.
        —Sí —afirmó Bruno, un poco turbado—. Exacto.
        Shmuel señaló las pesadas botas de su amigo.
        —Vas a tener que dejar las botas aquí —dijo.
        Bruno se horrorizó.
        —Pero… ¿y el barro? No querrás que vaya descalzo, ¿verdad?
        —Si  vas  con  esas  botas  te  reconocerán  —argumentó  Shmuel—.  No  tienes
      opción.
        Bruno  suspiró,  pero  su  amigo  tenía  razón,  así  que  se  quitó  las  botas  y  los
      calcetines  y  los  dejó  junto  al  resto  de  su  ropa.  Al  principio  le  produjo  una
      sensación muy desagradable pisar descalzo el barro; los pies se hundieron hasta
      los tobillos y cada vez que levantaba uno era peor. Pero luego empezó a gustarle.
        Shmuel se agachó y levantó la base de la alambrada, que sólo cedió lo justo,
      por lo que Bruno tuvo que arrastrarse por debajo; al hacerlo, su pijama de rayas
      quedó completamente embarrado. Cuando llegó al otro lado y se miró, soltó una
      risita. Nunca había estado tan sucio, y le encantaba.
        Shmuel  rio  también  y  ambos  se  quedaron  juntos  un  momento,  de  pie,  sin
      saber muy bien qué hacer, pues no estaban acostumbrados a estar en el mismo
      lado de la alambrada.
        Bruno sintió ganas de abrazar a Shmuel y decirle lo bien que le caía y cuánto
      había disfrutado hablando con él durante todo ese año. Por su parte, Shmuel sintió
      ganas de abrazar a Bruno y darle las gracias por sus muchos detalles, por todas
      las veces que le había llevado comida y porque iba a ayudarlo a encontrar a su
      padre. Pero ninguno de los dos abrazó al otro.
        Echaron a andar hacia el interior del campo alejándose de la alambrada, un
      recorrido que Shmuel había hecho casi todos los días desde hacía un año, desde el
      día que burló a los soldados y consiguió llegar a la única parte de Auschwitz que
      no parecía estar vigilada constantemente, un sitio donde había tenido la suerte de
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