Page 99 - El niño con el pijama de rayas
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—Eso  espero  —dijo  Shmuel,  que  estaba  al  borde  del  llanto—.  No  sé  qué
      vamos a hacer sin él.
        —Si quieres puedo preguntarle a Padre si sabe algo —dijo Bruno con cautela,
      confiando en que su amigo no dijera que sí.
        —No creo que sea buena idea —dijo Shmuel, lo cual produjo cierta inquietud
      en Bruno, pues no era un rechazo rotundo de su ofrecimiento.
        —¿Por qué no? —insistió igualmente—. Padre está muy informado de todo lo
      que ocurre al otro lado de la alambrada.
        —Me parece que a los soldados no les caemos bien. Bueno —añadió con algo
      parecido a una risotada—, sé muy bien que no les caemos bien. Nos odian.
        Bruno dio un respingo.
        —Estoy seguro de que no es así —dijo.
        —Sí, nos odian —insistió Shmuel inclinándose hacia delante, entornando los
      ojos y haciendo una mueca de rabia con los labios—. Pero eso no me importa,
      porque yo también los odio. ¡Los odio! —repitió con convicción.
        —Pero a Padre no lo odias, ¿verdad? —preguntó Bruno.
        Shmuel se mordió el labio inferior y no dijo nada. Había visto al padre de
      Bruno en varias ocasiones y no entendía cómo aquel hombre podía tener un hijo
      tan simpático y amable.
        —En fin —dijo Bruno tras una pausa, pues no quería seguir hablando de aquel
      asunto—, yo también tengo que contarte una cosa.
        —¿Ah, sí? —dijo Shmuel levantando la cabeza, esperanzado.
        —Sí, que voy a volver a Berlín.
        Shmuel puso cara de sorpresa.
        —¿Cuándo? —preguntó, y la voz se le quebró un poco.
        —A ver, hoy es jueves. Y nos vamos el sábado. Después de comer.
        —Pero ¿cuánto tiempo vas a estar fuera?
        —Creo  que  nos  vamos  para  siempre  —respondió  Bruno—.  A  Madre  no  le
      gusta Auschwitz, dice que no es un sitio adecuado para criar a dos hijos, así que
      Padre va a quedarse trabajando aquí porque el Furias tiene grandes proyectos
      para él, pero los demás volvemos al hogar. —Utilizó la palabra « hogar» , pese a
      que ya no estaba seguro de dónde estaba su hogar.
        —Entonces ¿no volveré a verte? —preguntó Shmuel.
        —Bueno, sí, algún día. Podrías venir de vacaciones a Berlín. Al fin y al cabo,
      no te quedarás aquí para siempre, ¿no?
        Shmuel negó con la cabeza.
        —Supongo que no —dijo con tristeza. Y añadió—: Cuando te marches, ya no
      tendré nadie con quien hablar.
        —Ya  —dijo  Bruno.  Quería  añadir  « Yo  también  te  echaré  de  menos,
      Shmuel» , pero le dio un poco de vergüenza—. Así que, hasta entonces, mañana
      nos  veremos  por  última  vez.  Mañana  tendremos  que  despedirnos.  Procuraré
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