Page 97 - El niño con el pijama de rayas
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—Preferiría  que  los  cuatro  continuáramos  juntos  —dijo  él,  incluyendo  a
      Gretel a regañadientes—. En Berlín o en Auschwitz.
        —¡Oh,  Bruno!  —exclamó  Gretel  con  exasperación,  y  Bruno  no  supo  si  lo
      había dicho porque podía estar estropeándole los planes de regresar a Berlín o
      porque (según ella) seguía pronunciando mal el nombre de su casa.
        —Bien, me temo que de momento eso no será posible —dijo Padre—. Me
      temo que el Furias todavía no tiene previsto relevarme de mi puesto. Por otra
      parte,  Madre  cree  que  éste  sería  un  buen  momento  para  que  vosotros  tres
      volvierais  a  casa  y  os  instalarais  allí,  y  pensándolo  bien…  —Hizo  una  breve
      pausa y miró por la ventana que tenía a su izquierda, por la que se veía el campo
      que había al otro lado de la alambrada—. Pensándolo bien, quizá tenga razón.
      Quizá éste no sea un lugar adecuado para criar a dos niños.
        —Pues  aquí  hay  cientos  de  niños  —dijo  Bruno  impulsivamente—.  Lo  que
      pasa es que están al otro lado de la alambrada.
        Tras aquel comentario hubo un silencio, pero no un silencio normal de los que
      se producen cuando nadie habla, sino un silencio muy ruidoso. Padre y Gretel
      miraron a Bruno de hito en hito.
        —¿Qué quieres decir con que al otro lado hay cientos de niños? —preguntó
      Padre—. ¿Qué sabes tú de lo que pasa allí?
        Bruno  abrió  la  boca  para  responder,  pero  temía  meterse  en  un  aprieto  si
      hablaba demasiado.
        —Los veo desde la ventana de mi dormitorio —dijo al final—. Están muy
      lejos, claro, pero por lo que parece hay cientos. Y todos llevan pijama de rayas.
        —Ya, el pijama de rayas —dijo Padre asintiendo con la cabeza—. ¿Y has
      estado observándolos?
        —Bueno, los he visto. No estoy seguro de que sea lo mismo.
        Padre sonrió.
        —Muy  bien,  Bruno  —dijo—.  Y  tienes  razón,  no  es  lo  mismo.  —Volvió  a
      vacilar  un  momento  y  entonces  hizo  un  movimiento  con  la  cabeza,  como  si
      hubiera  tomado  una  decisión  irrevocable—.  Sí,  Madre  tiene  razón  —dijo,  sin
      mirar a Gretel ni a Bruno—. Tiene toda la razón. Lleváis mucho tiempo aquí. Ya
      es hora de que volváis a casa.
        Y así fue como se tomó la decisión. Enviaron un aviso, pues había que limpiar
      la casa a fondo, barnizar la barandilla, planchar las sábanas y hacer las camas, y
      Padre  anunció  que  Madre,  Gretel  y  Bruno  regresarían  a  Berlín  la  semana
      siguiente.
        El niño comprendió que volver a Berlín no le ilusionaba tanto como habría
      podido imaginar y que no tenía ninguna gana de comunicarle la noticia a Shmuel.
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