Page 92 - El niño con el pijama de rayas
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—Pues vete.
        Bruno asintió con la cabeza, aunque entró en la habitación y se sentó en el
      borde de la cama. Ella lo miró de reojo, pero no dijo nada.
        —Gretel —se decidió el niño al cabo de un rato—, ¿puedo preguntarte una
      cosa?
        —Si te das prisa, sí —contestó ella.
        —Aquí en Auschwitz todo es… —empezó, pero su hermana lo interrumpió de
      inmediato.
        —No se llama Auschwitz, Bruno —dijo con enojo, como si aquél fuera el
      peor error cometido en la historia mundial—. ¿Por qué no lo pronuncias bien?
        —Se llama Auschwitz —protestó él.
        —No, no se llama así —insistió ella, pronunciando correctamente el nombre
      del campo. Bruno frunció el entrecejo y se encogió de hombros.
        —Pero si eso es lo que he dicho —dijo.
        —No,  no  has  dicho  eso.  Pero  da  igual,  no  voy  a  discutir  contigo  —repuso
      Gretel, que ya estaba perdiendo la paciencia (porque tenía muy poca)—. Bueno,
      ¿qué pasa? ¿Qué quieres saber?
        —Quiero saber qué es esa alambrada —dijo Bruno con firmeza, decidiendo
      que aquello era lo más importante, al menos para empezar—. Quiero saber por
      qué está ahí.
        Gretel se dio la vuelta en la silla y miró a su hermano con curiosidad.
        —Pero ¿cómo? ¿No lo sabes?
        —No. No entiendo por qué no nos dejan ir al otro lado. ¿Qué nos pasa para
      que no podamos ir allí a jugar?
        Su hermana lo miró fijamente y de pronto se echó a reír, y no paró hasta que
      vio que Bruno seguía con expresión muy seria.
        —Bruno  —dijo  entonces  con  infinita  paciencia,  como  si  no  hubiera  en  el
      mundo nada más evidente que aquello—, la alambrada no está ahí para impedir
      que nosotros vayamos al otro lado. Está para impedir que ellos vengan aquí.
        El niño reflexionó sobre aquello, pero no sacó nada en claro.
        —Pero ¿por qué? —preguntó.
        —Porque hay que mantenerlos juntos —explicó Gretel.
        —¿Con sus familias, quieres decir?
        —Bueno, sí, con sus familias. Pero también con los de su clase.
        —¿Qué quieres decir?
        Gretel suspiró y sacudió la cabeza.
        —Con los otros judíos, Bruno. ¿No lo sabías? Por eso hay que mantenerlos
      juntos. No pueden mezclarse con nosotros.
        —Judíos —repitió Bruno, experimentando con la palabra. Le gustaba cómo
      sonaba—. Judíos —repitió—. Toda la gente que hay al otro lado de la alambrada
      es judía.
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