Page 88 - El niño con el pijama de rayas
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en aquel momento y quería decir algo para arreglar la situación, pero no podía,
      porque estaba tan aterrado como su amigo.
        —¿Conoces  a  este  niño?  —repitió  Kotler  subiendo  la  voz—.  ¿Has  estado
      hablando con los prisioneros?
        —Yo… Él estaba aquí cuando entré —dijo Bruno—. Estaba limpiando esos
      vasos.
        —Eso no es lo que te he preguntado —puntualizó Kotler—. ¿Lo habías visto
      antes? ¿Habías hablado con él? ¿Por qué dice que eres amigo suyo?
        A Bruno le habría gustado echar a correr. Odiaba al teniente Kotler, pero éste
      se estaba acercando y él sólo podía pensar en la tarde que lo había visto pegarle
      un tiro a un perro y en la noche que Pavel lo había hecho enfadarse tanto que…
        —¡Contéstame, Bruno! —ordenó Kotler, con la cara cada vez más colorada
      —. No te lo preguntaré una tercera vez.
        —Nunca había hablado con él —contestó Bruno—. No lo había visto en mi
      vida. No lo conozco.
        El teniente asintió y pareció satisfecho. Muy lentamente, volvió la cabeza y
      miró a Shmuel, que ya no lloraba sino que tenía los ojos fijos en el suelo; parecía
      tratar de convencer a su alma para que saliera de su cuerpecito, flotara hacia la
      puerta y se elevara por el cielo, deslizándose a través de las nubes hasta estar
      muy lejos de allí.
        —Ahora  vas  a  terminar  de  limpiar  esos  vasos  —dijo  entonces  el  teniente
      Kotler con voz muy queda, tanto que Bruno casi no lo oyó. Era como si toda su
      rabia se hubiera convertido en otra cosa. No exactamente en lo contrario, sino en
      algo desconocido y aterrador—. Luego vendré a buscarte y te llevaré de vuelta
      al campo, donde hablaremos de lo que les pasa a los niños que roban. ¿Me has
      entendido?
        Shmuel asintió con la cabeza, cogió otra servilleta y se puso a limpiar otro
      vaso; Bruno vio cómo le temblaban los dedos y comprendió que temía romper el
      vaso. Bruno estaba destrozado, pero aunque quisiera no podía desviar la mirada.
        —Vamos, jovencito —dijo Kotler, pasándole su odioso brazo por los hombros
      —. Ve al salón, ponte a leer y deja que este asqueroso termine su trabajo. —
      Utilizó la misma palabra que había utilizado con Pavel cuando lo había enviado a
      buscar un neumático.
        Bruno asintió, se dio la vuelta y salió de la cocina sin mirar atrás. Tenía el
      estómago revuelto y por un momento temió vomitar. Jamás se había sentido tan
      avergonzado;  nunca  había  imaginado  que  podría  comportarse  de  un  modo  tan
      cruel.  Se  preguntó  cómo  podía  ser  que  un  niño  que  se  tenía  por  una  buena
      persona pudiera actuar de forma tan cobarde con un amigo suyo. Se sentó en el
      salón y estuvo allí varias horas, pero no podía concentrarse en su libro. No se
      atrevió  a  volver  a  la  cocina  hasta  mucho  más  tarde,  por  la  noche,  cuando  el
      teniente ya se había llevado a Shmuel.
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