Page 90 - El niño con el pijama de rayas
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16. El corte de pelo
        Hacía casi un año que Bruno había llegado a su casa y encontrado a María
      recogiendo sus cosas. Sus recuerdos de la vida en Berlín casi se habían esfumado.
      Cuando  hacía  memoria,  recordaba  que  Karl  y  Martin  eran  dos  de  sus  tres
      mejores amigos para toda la vida, pero por mucho que se esforzara no lograba
      recordar cómo se llamaba el otro. Y entonces sucedió algo que hizo que pudiera
      salir de Auschwitz durante dos días y regresar a su antigua casa: la Abuela había
      muerto y la familia debía volver a Berlín para el funeral.
        Allí Bruno se dio cuenta de que ya no era tan bajito como cuando se había
      marchado, porque podía ver por encima de cosas que antes le tapaban la vista, e
      incluso  en  su  antigua  casa  comprobó  que  podía  mirar  por  la  ventana  de  la
      buhardilla y contemplar todo Berlín sin necesidad de ponerse de puntillas.
        El  niño  no  había  visto  a  su  abuela  desde  su  partida  de  Berlín,  pero  había
      pensado en ella todos los días. Lo que mejor recordaba eran las obras de teatro
      que  representaban  el  día  de  Navidad  y  en  los  cumpleaños,  y  que  la  Abuela
      siempre  tenía  el  disfraz  perfecto  para  el  papel  que  a  Bruno  le  correspondía
      interpretar.  Cuando  pensó  que  nunca  volverían  a  hacer  aquello,  se  puso  muy
      triste.
        Los  dos  días  que  pasaron  en  Berlín  también  fueron  tristes.  Se  celebró  el
      funeral, y Bruno, Gretel, Padre, Madre y el Abuelo se sentaron en primera fila;
      Padre llevaba su uniforme más impresionante, el almidonado y planchado con
      las  condecoraciones.  Madre  explicó  a  Bruno  que  Padre  era  quien  estaba  más
      triste, porque había discutido con la Abuela y no habían hecho las paces antes de
      que ella muriera.
        Se enviaron muchas coronas a la iglesia y Padre estaba orgulloso de que una
      de ellas la hubiera mandado el Furias. Cuando lo oyó, Madre dijo que la Abuela
      se revolvería en la tumba si se enterase.
        Bruno casi se alegró cuando regresaron a Auschwitz. La casa nueva ya se
      había convertido en su hogar, el niño había dejado de preocuparse porque sólo
      tuviera  tres  plantas  y  no  cinco,  y  ya  no  le  molestaba  tanto  que  los  soldados
      entraran y salieran como si fuese su casa. Poco a poco fue aceptando que al fin
      y al cabo no estaba tan mal vivir allí, sobre todo desde que conocía a Shmuel.
      Sabía que había muchas cosas por las que debería alegrarse, entre ellas el que
      Padre  y  Madre  parecieran  siempre  contentos  y  ella  ya  no  tuviera  que  echar
      tantas siestas ni tomar tantos licores medicinales. Y Gretel tenía una mala racha
      —así lo llamaba Madre— y no se metía mucho con su hermano.
        Además, al teniente Kotler lo habían destinado a otro sitio y ya no estaba en
      Auschwitz para  hacer  enfadar  y fastidiar a  Bruno  continuamente.  (Su marcha
      había  sido  muy  repentina,  y  aquel  día  Padre  y  Madre  habían  mantenido  una
      acalorada  discusión  a  altas  horas  de  la  noche,  pero  se  había  marchado,  eso
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