Page 85 - El niño con el pijama de rayas
P. 85

—Hablas mucho para ser tan pequeño.
        Bruno entornó los ojos y lamentó no ser más alto, más fuerte y ocho años
      mayor. Una bola de rabia explotó en su interior y deseó tener el valor para decir
      exactamente lo que quería decir. Una cosa era que Madre y Padre te dijeran lo
      que tenías que hacer (eso era razonable y lógico), pero otra muy diferente que te
      lo dijera otra persona, aunque esa persona tuviera un título rimbombante como
      « teniente» .
        —Ah, Kurt, querido, todavía estás aquí —dijo Madre saliendo de la cocina—.
      Ahora tengo un poco de tiempo, si… ¡Oh! —exclamó al ver a su hijo—. ¡Bruno!
      ¿Qué haces aquí?
        —Iba al salón a leer mi libro. O al menos eso intentaba.
        —Bueno,  de  momento  ve  a  la  cocina  —dijo  ella—.  Necesito  hablar  en
      privado con el teniente Kotler.
        Entraron juntos en el salón y Kotler cerró las puertas en las narices de Bruno.
        Hirviendo de rabia, el niño fue a la cocina y se llevó la mayor sorpresa de su
      vida. Allí, sentado a la mesa, muy lejos del otro lado de la alambrada, estaba
      Shmuel. Bruno no dio crédito a sus ojos.
        —¡Shmuel! —exclamó—. Pero… ¿qué haces aquí?
        Shmuel levantó la vista y al ver a su amigo sonrió de oreja a oreja, borrando
      el miedo de su rostro.
        —¡Bruno! —dijo.
        —¿Qué haces aquí? —repitió Bruno, pues, aunque seguía sin comprender qué
      pasaba al otro lado de la alambrada, intuía que los que vivían allí no debían entrar
      en su casa.
        —Me ha traído él —dijo Shmuel.
        —¿Él? ¿Te refieres al teniente Kotler?
        —Sí. Dijo que aquí había un trabajo para mí.
        Bruno  bajó  la  vista  y  vio  sesenta  y  cuatro  vasitos,  los  que  Madre  utilizaba
      cuando  se  tomaba  uno  de  sus  licores  medicinales,  encima  de  la  mesa  de  la
      cocina, junto a un cuenco de agua caliente con jabón y un montón de servilletas
      de papel.
        —¿Qué haces? —preguntó.
        —Me han pedido que limpie estos vasos. Dicen que debe hacerlo alguien con
      los dedos muy pequeños.
        Y como si quisiera demostrar algo que su amigo ya sabía, levantó una mano
      y Bruno no pudo evitar fijarse en que parecía la mano del esqueleto de mentira
      que herr Liszt había llevado para la lección de anatomía.
        —Nunca me había fijado —musitó con incredulidad.
        —¿Nunca te habías fijado en qué? —preguntó Shmuel.
        A modo de respuesta, Bruno levantó una mano y la acercó a la de Shmuel
      hasta que la yema de sus dedos corazón casi se tocaron.
   80   81   82   83   84   85   86   87   88   89   90