Page 81 - El niño con el pijama de rayas
P. 81
Bruno sonrió porque sabía dos cosas: una, que Gretel se había tragado su
mentira; y dos, que si allí había algún tonto de remate, no era él.
—Déjame en paz —dijo—. Estoy leyendo, ¿vale?
—¿Por qué no cierras los ojos y dejas que tu amigo imaginario te lea el libro?
—repuso Gretel, contenta de haber encontrado algo con que martirizar a su
hermano—. Así no te cansarás tanto.
—A lo mejor le digo que tire todas tus muñecas por la ventana —dijo Bruno.
—Si haces eso te arrepentirás —replicó Gretel, y Bruno comprendió que lo
decía en serio—. Cuéntame, ¿qué hacéis tu amigo imaginario y tú?
Bruno pensó un momento. Le apetecía hablar un poco de Shmuel y le pareció
que aquélla podía ser una buena manera de hacerlo sin tener que revelar la
verdad.
—Hablamos de muchas cosas —contestó—. Yo le cuento cómo era nuestra
casa de Berlín, y las otras casas y las calles y los puestos de fruta y verdura y las
cafeterías, y que no podías ir al centro los sábados por la tarde porque la gente te
empujaba; y de Karl y Daniel y Martin, que eran mis tres mejores amigos para
toda la vida.
—Qué interesante —dijo Gretel con sarcasmo, porque hacía poco había
cumplido trece años y creía que el sarcasmo era el colmo de la sofisticación—.
¿Y qué te cuenta él?
—Me habla de su familia y del piso que tenían encima de la relojería y de
sus aventuras para venir aquí y de los amigos que tenía y de la gente que conoce
aquí y de los niños con que jugaba pero con los que ya no juega porque
desaparecieron sin despedirse de él.
—Vaya, suena divertidísimo —ironizó Gretel—. Ojalá fuera mi amigo
imaginario.
—Y ayer me contó que hace varios días que no ven a su abuelo y que nadie
sabe dónde está y que cuando pregunta por él su padre se echa a llorar y lo
abraza tan fuerte que le da miedo que lo espachurre.
Bruno llegó al final de la frase con la voz casi convertida en un susurro.
Aquéllas eran cosas que le contaba Shmuel, pero, por algún motivo, hasta
entonces no había advertido lo triste que debían de ser para su amigo. Al decirlas
en voz alta, de repente se sintió muy mal por no haber intentado animar a Shmuel
en lugar de ponerse a hablar de tonterías, como jugar a los exploradores.
« Mañana le pediré perdón» , se dijo.
—Si Padre se entera de que hablas con amigos imaginarios, te caerá una
buena —dijo Gretel—. Creo que deberías dejarlo.
—¿Por qué? —preguntó Bruno.
—Porque no es sano. Es el primer síntoma de la locura.
El niño asintió con la cabeza.
—Me parece que no puedo dejarlo —dijo tras una pausa—. Me parece que