Page 84 - El niño con el pijama de rayas
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Madre dando instrucciones de lo que había que hacer y al teniente diciendo « No
      te preocupes, ése sabe lo que le conviene» , y luego riendo de una forma muy
      desagradable.
        Bruno  fue  hacia  el  salón  con  un  libro  nuevo  que  le  había  regalado  Padre,
      titulado  La  isla  del  tesoro,  con  la  intención  de  quedarse  una  hora  o  dos  allí
      leyendo, pero cuando atravesaba el recibidor tropezó con el teniente, que en ese
      momento salía de la cocina.
        —Hola, jovencito —dijo Kotler sonriéndole con sorna, como solía hacer.
        —Hola —contestó Bruno arrugando la frente.
        —¿Qué haces?
        El niño se quedó mirándolo y empezó a pensar en siete razones más por las
      que el teniente no le caía bien.
        —Voy a leer un rato —dijo señalando el salón.
        Sin decir palabra, Kotler le arrebató el libro y se puso a hojearlo.
        —La isla del tesoro —leyó—. ¿De qué trata?
        —Pues hay una isla —respondió Bruno despacio, para asegurarse de que el
      soldado le seguía—. Y en la isla hay un tesoro.
        —Eso  ya  me  lo  imagino  —dijo  Kotler,  mirándolo  como  si  cavilara  los
      tormentos que le infligiría si fuera su hijo y no el del comandante—. Cuéntame
      algo que no sepa.
        —También hay un pirata. Se llama John Long Silver. Y un niño que se llama
      Jim Hawkins.
        —¿Un niño inglés? —preguntó Kotler.
        —Sí.
        —Puaj —gruñó Kotler.
        Bruno  se  quedó  mirándolo,  preguntándose  cuánto  tardaría  en  devolverle  su
      libro. No parecía muy interesado en él, pero, cuando Bruno quiso recuperarlo,
      Kotler lo apartó.
        —Lo  siento  —dijo,  tendiéndoselo,  pero  cuando  Bruno  intentó  agarrarlo,  el
      teniente lo apartó por segunda vez—. ¡Ay!, lo siento —repitió, tendiéndoselo de
      nuevo,  aunque  esa  vez  Bruno  se  lo  arrebató  antes  de  que  el  teniente  pudiera
      apartarlo—. Eres rápido —masculló.
        Bruno  intentó  reanudar  su  camino  pero,  por  algún  motivo,  aquel  día  al
      teniente le apetecía fastidiarlo.
        —Estamos preparados para la fiesta, ¿no? —comentó.
        —Bueno,  yo  sí  —replicó  Bruno,  que  últimamente  pasaba  más  tiempo  con
      Gretel y estaba empezando a aficionarse al sarcasmo—. Usted, no lo sé.
        —Vendrá mucha gente —dijo Kotler, respirando hondo y mirando alrededor
      como si aquélla fuera su casa y no la de Bruno—. Nos portaremos muy bien,
      ¿verdad?
        —Bueno, yo sí —repitió Bruno—. Usted, no lo sé.
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