Page 96 - El niño con el pijama de rayas
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la decisión sin protestar.
        Durante unas semanas nada cambió; la vida seguía su curso con normalidad.
      Padre  pasaba  la  mayor  parte  del  tiempo  en  su  despacho  o  al  otro  lado  de  la
      alambrada. Madre estaba muy callada durante el día y echaba más siestas, a
      veces incluso antes de comer (Bruno estaba preocupado por su salud, porque no
      conocía a nadie que necesitara tomar tanto licor medicinal). Gretel se quedaba
      en  su  habitación  concentrada  en  los  diversos  mapas  que  había  colgado  en  las
      paredes; consultaba los periódicos durante horas antes de desplazar un poco los
      alfileres (herr Liszt  estaba  muy  satisfecho  con aquella  actividad  de  Gretel). Y
      Bruno  hacía  exactamente  lo  que  le  pedían,  no  causaba  ningún  problema  y
      disfrutaba con el hecho de tener un amigo secreto del que nadie sabía nada.
        Hasta que  un  buen  día  Padre llamó  a  Bruno  y Gretel  a  su  despacho  y les
      comunicó los cambios que se avecinaban.
        —Sentaos,  niños  —dijo  señalando  los  dos  grandes  sillones  de  piel,  donde
      siempre les advertían que no debían sentarse cuando tenían ocasión de entrar en
      el despacho de Padre porque llevaban las manos sucias. Padre se sentó detrás de
      su escritorio—. Hemos decidido realizar ciertos cambios —empezó, y parecía un
      poco triste—. Decidme: ¿sois felices aquí?
        —Sí, Padre, por supuesto —respondió Gretel.
        —Sí, Padre —contestó Bruno.
        —¿Y nunca echáis de menos Berlín?
        Los niños pensaron un momento y se miraron, preguntándose cuál de los dos
      iba a comprometerse primero a dar una respuesta.
        —Bueno, yo lo añoro muchísimo —dijo Gretel al final—. No me importaría
      volver a tener amigas.
        Bruno sonrió pensando en su secreto.
        —Amigas —dijo Padre, asintiendo con la cabeza—. Sí, he pensado a menudo
      en eso. A veces debes de haberte sentido sola.
        —Sí, muy sola —confirmó Gretel.
        —¿Y tú, Bruno? ¿Echas de menos a tus amigos?
        —Pues… sí —contestó él, sopesando con cuidado su respuesta—. Pero creo
      que allá donde fuese siempre echaría de menos a alguien. —Era una referencia
      indirecta a Shmuel, pero no quería ser más explícito.
        —Pero  ¿te  gustaría  volver  a  Berlín?  —preguntó  Padre—.  Me  refiero  a  si
      hubiera alguna posibilidad.
        —¿Todos nosotros? —preguntó Bruno.
        Padre soltó un hondo suspiro y negó con la cabeza.
        —Madre, Gretel y tú. Volveríais a la casa de Berlín. ¿Te gustaría?
        Bruno reflexionó.
        —Bueno, si tú no vinieras no me gustaría —contestó, porque era la verdad.
        —Entonces ¿preferirías quedarte aquí conmigo?
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