Page 153 - Vuelta al mundo en 80 dias
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En cuanto a Fix, había detenido a un gentelman porque su deber se lo mandaba, fuese o no
                  culpable. La justicia lo decidiría.

                  Y entonces ocurrió a Picaporte una idea terrible: ¡la de que él tenía la culpa ocultando a
                  mister Fogg lo que sabía! Cuando Fix había revelado su condición de inspector de policía y
                  la misión de que estaba encar-gado, ¿por qué no se lo había revelado a su amo? Advertido
                  éste, quizá hubiera dado a Fix pruebas de su inocencia, demostrándole su error, y en todo
                  caso, no hubiera conducido a sus expensas y en su seguimiento a ese malaventurado agente,
                  a poner pie en suelo del Reino Unido. Al pensar en sus culpas e imprudencias, el pobre
                  mozo sentía irresistibles remordimientos. Daba lástima verle llorar y querer hasta romperse
                  la cabeza.

                  Mistress Aouída y él se habían quedado, a pesar del frío, bajo el peristilo de la Aduana. No
                  querían, ni uno ni otro, abandonar aquel sitio, sin ver de nuevo a mister Fogg.

                  En cuanto a éste, estaba bien y perfectamente arruinado, y esto en el momento en que iba a
                  alcanzar su objeto. La prisión lo perdía sin remedio. Habiendo llegado a las doce menos
                  veinte a Liverpool, el 21 de diciembre, tenía de tiempo hasta las ocho y cuarenta y cinco
                  minutos para presentarse en el Reform Club, o sea, nueve horas y quince minutos, y le
                  bastaban seis para llegar a Londres.

                  Quien hubiera entonces penetrado en el calabo-zo de la Aduana, habría visto a Mister Fogg,
                  inmó-vil y sentado en un banco de madera, imperturbable y sin cólera. No era fácil asegurar
                  si estaba resigna-do; pero este último golpe no lo había tampoco con-movido, al menos en
                  apariencia. ¿Habríase formado en él una de esas iras secretas, terribles, porque están
                  contenidas, y que sólo estallan en el último momento con irresistible fuerza? No se sabe;
                  pero Phileas Fogg estaba calmoso y esperando... ¿Qué? ¿Tendría alguna esperanza? ¿Creía
                  aún en el triun-fo cuando la puerta del calabozo se cerró detrás suyo?

                  Como quiera que sea, mister Fogg había colo-cado cuidadosamente su reloj sobre la mesa,
                  y miraba cómo marchaban las agujas. Ni una palabra salía de sus labios; pero su mirada
                  tenía una fijeza singular.

                  En todo caso, la situación ela terrible, y para quien no podía leer en su conciencia, se
                  resumía así:

                  En el caso de ser hombre de bien, Phileas Fogg estaba arruinado.

                  En el caso de ser ladrón, estaba perdido.

                  ¿Tbvo acaso la idea de escaparse? ¿Trató de averi-guar si el calabozo tenía alguna salida
                  practicable? ¿Pensaba en huir? Casi pudiera creerse esto último, porque, en cierto
                  momento, se paseó alrededor del cuarto. Pero la puerta estaba sólidamente cerrada, y la
                  ventana tenía una fuerte reja. Volvió a sentarse y sacó de la cartera el itinerario del viaje.
                  En la línea que con-tenía estas palabras.
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