Page 151 - Vuelta al mundo en 80 dias
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Capitán Fogg, hay algo de yanqui en vos.

                  Y después de haber tributado a su pasajero lo que él creía una lisonja, se marchaba, cuando
                  Phileas Fogg le dijo:

                   Ahora, ¿este buque me pertenece?

                   Seguramente; desde la quilla a la punta de los palos; pero todo lo que es de madera, se
                  entiende.

                   Bien; que arranquen todos los aprestos interio-res, y que se vayan echando a la hornilla.

                  Júzguese la mucha leña que debió gastar para con-servar el vapor con suficiente presión.
                  Aquel día, la toldilla, la carroza, los camarotes, el entrepuente, todo fue a la hornilla.

                  Al día siguiente, 19, se quemaron los palos, las piezas de respeto, las berlingas. La
                  tripulación emple-aba un celo increíble en hacer leña. Picaporte, rajando, cortando y
                  serrando, hacía el trabajo de cien hombres. Era un furor de demolición.

                  Al día siguiente, 20, los parapetos, los empavesa-dos, las obras muertas, la mayor parte del
                  puente fue-ron devorados. La "Enriqueta" ya no era más que un barco raso, como el del
                  pontón.

                  Pero aquel día se divisó la costa irlandesa y el faro de Falsenet.

                  Sin embargo, a las diez de la noche, el buque no se encontraba aún más que enfrente de
                  Queenstown. ¡Faltaban veinticuatro horas para el plazo, y era preci-samente el tiempo que
                  se necesitaba para llegar a Liverpool, aun marchando a todo vapor, el cual iba a faltar
                  también!

                   Señor  le dijo entonces el capitán Speedy, que había acabado por interesarse en sus
                  proyectos , siento mucho lo que os suceue. Todo conspira contra vos. Todavía no estamos
                  más que a la altura de Que-enstown.

                   ¡Ah!  dijo mister Fogg , ¿es Queenstown esa población que divisamos?

                   Sí.

                   ¿Podemos entrar en el puerto?

                   Antes de tres horas no. Sólo en pleamar.

                   ¡Aguardemos!  respondió tranquilamente Phi-leas Fogg, sin dejar de ver en su semblante
                  que, por una suprema inspiración, iba a procurar vencer la últi-ma probabilidad contraria.

                  En efecto, Queenstown es un puerto de la costa irlandesa, en el cual los trasatlánticos de los
                  Estados Unidos dejan pasar la valija del correo. Las cartas se llevan a Dublín por un
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