Page 159 - Vuelta al mundo en 80 dias
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Y Picaporte echó a correr.



                  XXXVI


                  Ya es tiempo de decir el cambio de opinión que se había verificado en el Reino Unido,
                  cuando se supo la prisión del verdadero ladrón del Banco, un tal James Strand, que había
                  sido detenido el 17 de diciembre en Edimburgo.

                  Tres días antes, Phileas Fogg era un criminal que la policía perseguía sin descanso, y ahora
                  era el caballero más honrado, que estaba cumpliendo matemáticamente su excéntrico viaje
                  alrededor del mundo.

                  ¡Qué efecto, qué ruido en los periódicos! Todos los que habían apostado en pro y en contra
                  y tenían este asunto olvidado, resucitaron como por magia. Todas las transacciones volvían
                  a ser valederas. Todos los compromisos revivían, y debemos añadir que las apuestas
                  adquirieron nueva energía. El nom-bre de Phileas Fogg volvió a ganar prima en el
                  mer-cado.

                  Los cinco colegas del gentleman del Reform--Club pasaron estos tres días con cierta
                  inquietud ' puesto que volvía a aparecer ese Phileas Fogg, que ya estaba olvidado. ¿Dónde
                  estaría entonces? El 17 de diciembre, día en que fue preso James Strand, hacía setenta y
                  seis días que Phileas Fogg había partido, y no se tenían noticias suyas. ¿Habría perecido?
                  ¿Habría acaso renunciado a la lucha, o prosiguió su marcha según el itinerario convenido?
                  ¿Y el sábado, 21 de diciembre, aparecería a las ocho y cuarenta y cinco minutos de la tarde,
                  como el dios de la exactitud, sobre el umbral del Reform Club?

                  Debemos renunciar a pintar la ansiedad en que vivió, durante tres días, todo ese mundo de
                  la sociedad inglesa. ¿Se expidieron despachos a América, a Asia, para adquirir noticias de
                  Phileas Fogg? Se envió a observar, de mañana y de tarde, la casa de Saville Row... Nada.
                  La misma policía no sabía lo que había sido del "detective" Fix, que se había, con tan mala
                  fortuna, lanzado tras de equivocada pista, lo cual no impidió que las apuestas se empeñasen
                  de nuevo en vasta escala. Phileas Fogg llegaba, cual si fuera caba-llo de carrera, a la última
                  vuelta. Ya no se cotizaba a uno por ciento, sino por veinte, por diez, por cinco, y el viejo
                  paralítico lord Alben nale lo tomaba a la par.

                  Por eso el sábado por la noche había gran con-curso en Pall Mall y calles inmediatas.
                  Parecía un inmenso agrupamiento de corredores establecidos en permanencia en las
                  cercanías del Reform Club. La circulación estaba impedida. Se discutía, se disputaba, se
                  voceaba la cotización de Phileas Fogg, como la de los fondos ingleses. Los polizon-tes
                  podían apenas contener al pueblo, y a medida que avanzaba la hora en que debía llegar
                  Phileas Fogg, la emoción adquiría proporciones inverosí-miles.

                  Aquella noche, los cinco colegas del gentleman estaban reunidos, nueve horas hacía en el
                  salón del Reform Club. Los dos banqueros John Sullivan y Samuel Fallentin, el ingeniero
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