Page 60 - Vuelta al mundo en 80 dias
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El "palki ghari" se paró delante de un edificio de apariencia sencilla, pero que no parecía
                  apropiado para usos domésticos. El agente hizo bajar a sus pre-sos  pues podía dárseles
                  ese nombre  y los llevó a un aposento con rejas, diciéndoles:

                   A las ocho y media compareceréis ante el juez Obadiah.

                  Y luego se retiró cerrando la puerta.

                   ¡Vamos, nos han agarrado!    exclamó Picapor-te dejándose caer sobre una silla.

                  Aouida procurando en vano disfrazar su emoción, dijo a mister Fogg:

                   ¡Es necesario que me abandonéis! ¡Os veis per-seguido por mí! ¡Es por haberme salvado!

                  Phileas Fogg se contentó con responder que eso no era posible. ¡Perseguido por ese asunto
                  del "sutty"! ¡Inadmisible! ¿Cómo se habían de atrever a presentarse los que se querellasen?
                  Había sin duda alguna equivocación. Mister Fogg añadió que, en todo caso, no abandonaría
                  a la joven y la conduciría a Hong Kong.

                   ¡Pero el buque se marcha a las tres!   dijo Pica-porte.

                   Antes de las tres estaremos a bordo  respondió sencillamente el impasible gentleman.

                  Quedó esto afirmado tan terminantemente que Picaporte no pudo menos de decir para sí:

                   ¡Diantre, cierto será! Antes de las dos estaremos a bordo.

                  Pero esto no lo tranquilizaba.

                  A las ocho y media la puerta del cuarto se abrió. El agente de policía volvió a presentarse e
                  introdujo a los presos en la pieza vecina. Era una sala de audiencias, y había un público
                  bastante numeroso compuesto de europeos y de indígenas, que ocupaba el pretorio.

                  Mister Fogg, mistress Aouida y Picaporte, se sen-taron en un banco frente a los asientos
                  reservados para el juez y el escribano.

                  Ese juez, el juez Obadiah, no tardó en llegar segui-do del escribano. Era un señorón
                  regordete. Descolgó una peluca colgada de un clavo y se la puso con pres-teza.

                   La primera causa    dijo; pero llevando la mano a su cabeza, exclamó : ¡Eh! ¡Si no es
                  mi peluca!

                   En efecto, señor Obadiah, es la mía  repuso el escribano.

                    Querido señor Oysterpuf, ¿cómo queréis que un juez pueda dictar una buena sentencia
                  con la peluca de un escribano?
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