Page 63 - Vuelta al mundo en 80 dias
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Entretanto, el juez Obadiah había tomado acta de la confesión, que se le había escapado a
                  Picaporte, quien hubiera dado todo lo que poseía por poder reti-rar sus imprudentes
                  palabras.

                   ¿Los hechos se confiesan?   dijo el juez.

                    Confesados  respondió mister Fogg.

                   Visto  repuso el juez  que la ley inglesa entiende proteger igual y rigurosamente todas
                  las reli-giones de las poblaciones indias; estando el delito con-fesado por el señor
                  Picaporte; convencido de haber profanado con sacrílego pie el paviento de la pagoda de
                  Malebar Hili, en Bombay, el día 20 de octubre, condena al susodicho Picaporte a quince
                  días de pri-sión y una multa de trescientas libras.

                   ¿Trescientas libras?  exclamó Picaporte, que sólo se manifestó impresionado por la
                  multa.

                   ¡Silencio!   dijo el alguacil con áspera voz.

                   Y  añadió el juez Obadiah , considerando que no está materialmente probado que haya
                  dejado de haber convivencia entre el criado y el amo, y que en todo caso éste es
                  responsable de los hechos y gestio-nes de quieiles tiene a su servicio, condeno al señor
                  Phileas Fogg a ocho días de prisión y ciento cincuenta libras de multa. Escribano, llamad a
                  otros.

                  . Fix, en su rincon, experimentaba una satisfacción indecible. Phileas Fogg, detenido ocho
                  días en Calcu-ta, era más de lo que necesitaba para dar tiempo a que el mandamiento
                  llegase.

                  Picaporte estaba atolondrado. Esta sentencia arrui-naba a su amo. Una apuesta de veinte mil
                  libras perdi-da, y todo por haber tenido la curiosidad de entrar en aquella maldita pagoda.

                  Phileas Fogg, tan dueño de sí, como si la sentencia no te hubiese alcanzado, no había
                  movido tan siquiera las cejas. Pero en el momento en que el escribano lla-maba a otro
                  juicio, se levantó y dijo:

                   Ofrezco caución.

                   Tenéis el derecho de hacerlo  respondió el juez.

                  Fix sintió frío en sus fibras, pero recobró su tran-quilidad cuando oyó que el juez, atendida
                  la cualidad de extranjeros de Phileas Fogg y su criado, fijaba la caución para cada uno de
                  ellos en la enorme suma de mil libras.

                  Eran dos mil libras más de gasto para mister Fogg si no cumplía la condena.

                   ¡Pago!  exclamó el gentleman.
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