Page 47 - El Alquimista
P. 47

Pero  cuando  quería  aprender  la  manera  de  conseguir  la  Gran  Obra,  se
               quedaba  totalmente  perdido.  Eran  sólo  dibujos,  instrucciones  codificadas,
               textos oscuros.

                   —¿Por qué son tan difíciles? —preguntó cierta noche al Inglés. Notó que
               el Inglés andaba un poco malhumorado por la falta de sus libros.

                   —Para  que  sólo  los  que  tienen  la  responsabilidad  de  entenderlos  los

               entiendan  —repuso—.  Imagina  qué  pasaría  si  todo  el  mundo  se  pusiera  a
               transformar el plomo en oro. En poco tiempo el oro no valdría nada.

                   »Sólo  los  persistentes,  sólo  aquellos  que  investigan  mucho,  son  los  que
               consiguen  la  Gran  Obra.  Por  eso  estoy  en  medio  de  este  desierto.  Para
               encontrar a un verdadero Alquimista que me ayude a descifrar los códigos.

                   —¿Cuándo se escribieron estos libros? —quiso saber el muchacho.

                   —Muchos siglos atrás.

                   —En  aquella  época  no  había  imprenta  —insistió  el  muchacho—,  por  lo

               tanto, no había posibilidad de que todo el mundo pudiera conocer la Alquimia.
               ¿Por qué, entonces, ese lenguaje tan extraño, tan lleno de dibujos?

                   El Inglés no respondió. Dijo que desde hacía varios días estaba prestándole
               mucha atención a la caravana y que no conseguía descubrir nada nuevo. Lo
               único que había notado era que los comentarios sobre la guerra aumentaban
               cada vez más.


                   Un buen día el muchacho devolvió los libros al Inglés. —¿Entonces, has
               aprendido mucho? —preguntó el otro expectante—. Empezaba a necesitar a
               alguien con quien conversar para olvidar el miedo a la guerra. —He aprendido
               que  el  mundo  tiene  una  Alma  y  que  quien  entienda  esa  Alma  entenderá  el
               lenguaje de las cosas. Aprendí que muchos alquimistas vivieron su Leyenda
               Personal y terminaron descubriendo el Alma del Mundo, la Piedra Filosofal y
               el Elixir.


                   »Pero,  sobre  todo,  he  aprendido  que  estas  cosas  son  tan  simples  que
               pueden escribirse sobre una esmeralda.

                   El  Inglés  se  quedó  decepcionado.  Los  años  de  estudio,  los  símbolos
               mágicos, las palabras difíciles, los aparatos de laboratorio, nada de eso había
               impresionado  al  muchacho.  «Debe  de  tener  un  alma  demasiado  primitiva
               como para comprender esto», se dijo.

                   Cogió sus libros y los guardó en las alforjas que colgaban del camello.


                   —Vuelve a tu caravana —dijo—. Ella tampoco me ha enseñado gran cosa.

                   El muchacho volvió a contemplar el silencio del desierto y la arena que
               levantaban los animales. «Cada uno tiene su manera de aprender —se repetía a
   42   43   44   45   46   47   48   49   50   51   52