Page 48 - El Alquimista
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sí mismo—. La manera de él no es la mía, y la mía no es la de él. Pero ambos
estamos buscando nuestra Leyenda Personal, y yo lo respeto por eso.»
La caravana comenzó a viajar día y noche. A cada momento aparecían los
mensajeros encapuchados, y el camellero que se había hecho amigo del
muchacho explicó que la guerra entre los clanes había comenzado. Tendrían
mucha suerte si conseguían llegar al oasis.
Los animales estaban agotados y los hombres cada vez más silenciosos. El
silencio era más terrible por la noche, cuando un simple relincho de camello
—que antes no pasaba de ser un relincho de camello— ahora asustaba a todo
el mundo y podía ser una señal de invasión.
El camellero, no obstante, no parecía estar muy impresionado con la
amenaza de guerra.
—Estoy vivo —dijo al muchacho mientras comía un plato de dátiles en la
noche sin hogueras ni luna—. Mientras estoy comiendo, no hago nada más
que comer. Si estuviera caminando, me limitaría a caminar. Si tengo que
luchar, será un día tan bueno para morir como cualquier otro.
»Porque no vivo ni en mi pasado ni en mi futuro. Tengo sólo el presente, y
eso es lo único que me interesa. Si puedes permanecer siempre en el presente
serás un hombre feliz. Percibirás que en el desierto existe vida, que el cielo
tiene estrellas, y que los guerreros luchan porque esto forma parte de la raza
humana. La vida será una fiesta, un gran festival, porque ella sólo es el
momento que estamos viviendo.
Dos noches después, cuando se preparaba para dormir, el muchacho miró
en dirección al astro que seguían durante la noche. Le pareció que el horizonte
estaba un poco más bajo, porque sobre el desierto había centenares de
estrellas. —Es el oasis —dijo el camellero. —¿Y por qué no vamos
inmediatamente? —Porque necesitamos dormir.
El muchacho abrió los ojos cuando el sol comenzaba a nacer. Frente a él,
donde las pequeñas estrellas habían estado durante la noche, se extendía una
fila interminable de palmeras que cubría todo el horizonte.
—¡Lo conseguimos! —dijo el Inglés, que también acababa de levantarse.
El muchacho, sin embargo, permaneció callado. Había aprendido el
silencio del desierto y se contentaba con mirar las palmeras que tenía delante
de él. Aún debía caminar mucho para llegar a las Pirámides, y algún día
aquella mañana no sería más que un recuerdo. Pero ahora era el momento
presente, la fiesta que había descrito el camellero, y él estaba procurando
vivirlo con las lecciones de su pasado y los sueños de su futuro. Un día,
aquella visión de millares de palmeras sería sólo un recuerdo. Pero para él, en