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políticos inescrupulosos y narcotraficantes. Miros dio cuenta de ellas como muy pocos periodistas
han hecho.
Distante de cualquier veleidad paternalista, Breach Valducea describió cómo los rarámuri
sufren a manos del crimen organizado, lo que el sacerdote jesuita Ricardo Robles caracterizó como
una nueva colonización. En ella, los narcos obligan a los indígenas a trabajar en la siembra y cosecha
de amapola y mariguana, invaden sus territorios, provocan desplazamientos forzados, asesinan y
abusan de las mujeres, tal y como antes lo hicieron otros colonizadores.
Pero Miroslava no se resignó a contar solamente una cara de la moneda (la del expolio) y
escribió con profundidad y constancia sobre la otra: la de la resistencia. Narró la presión de los
políticos para, en nombre del “progreso”, despojar de a los indígenas de sus tierras y construir un
aeropuerto. Difundió la recuperación de 5 mil hectáreas del ejido Baquechi, después de 40 años de
pelearlas en los tribunales a los ganaderos que se las habían arrebatado. Relató la defensa de los
bosques contra los talamontes (asociados al crimen organizado) en Coloradas de la Virgen, y el
asesinato de su líder, Isidro Baldenegro López, premio Goldman 2005 por su lucha en defensa del
territorio.
Una parte de los últimos trabajos periodísticos de Miros documentaron los estrechos vínculos
del crimen organizado con los procesos electorales en la entidad, la política institucional y el mundo
empresarial. Fueron su sentencia de muerte. Sintiéndose amenazados por las revelaciones de la
reportera, poderosos intereses ligados a la trama de la narcopolítica decidieron quitarle la vida.
Hoy se cumple un año de ese crimen atroz, que, por más que se diga lo contrario, no ha sido
esclarecido. Al escribir con rectitud, la periodista Miroslava se ganó el derecho a ser dueña de sus
palabras. Recuperarlas y difundirlas, no permitir que caigan en el olvido, son actos de justicia.