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ace unos 200 años, unos pequeños y
lujosos barcos de crucero, conducidos
por seis remeros y cargados de
vituallas para sus pasajeros, solían
navegar regularmente por las aguas
del río Wye, junto a la frontera sur
Hentre Gales e Inglaterra. El tour
del Wye, como se le llamaba, se iniciaba en Ross
o en Monmouth y terminaba en Chepstow, junto a
la desembocadura del río. El momento culminante
y glorioso del viaje era cuando la magnífica
estructura de la abadía de Tintern surgía ante la
vista, elavándose por encima de los verdes pastos y
enmarcada por las empinadas vertientes boscosas del
valle. Hoy en día el visitante puede ver que solamente
quedan los cimientos de los edificios que componían
la abadía, su suelo posee una alfombra de pasto verde
y el techo de la estructura completamente abierto al
cielo, haciéndola de igual manera, un lugar idílico y
encantador para disfrutar en plenitud.
A finales del siglo XVIII y principios del XIX floreció
en Europa el romanticismo. Reaccionando contra
el anterior período de racionalismo, arquitectura
clásica y jardines formales, los románticos buscaban
y gustaban de los escenarios agrestes y rústicos,
los castillos con torreones, los vestigios destruidos,
cualquier cosa que pareciese natural y sin artificio. Al
hacerse imposible los viajes a la Europa continental
por causa de la Revolución Francesa en 1789-1799,
el recorrido del Wye atraía a incontables viajeros,
escritores, poetas y pintores. Y la abadía de Tintern
, con su pálida piedra, arenisca pintorescamente
adornada de hiedra, musgo y liquen, se convirtió
para esos ingleses librepensadores en el lugar
encantado por excelencia.
Ruinas románticas
Tras desembarcar, los turistas se paseaban entre las
piedras sagradas, los rotos pilares y los apuntados
arcos góticos. Para intensificar su sensación de
sublimidad, los excursionistas podían contratar
en Chepstow a un arpista galés que les diera una
serenata. O, si pasaban la noche en el albergue Las
Armas de Beaufort, los románticos incurables podían
vagar entre las ruinas plateadas por la luna llena; o
dejar correr libremente su imaginación ante la visión
de las llamas de las antorchas que proyectaban
siluetas sobre los muros desnudos.
Un lugar para la poseía
La guía más popular del recorrido del Wye en aquel
tiempo había sido escrita por el reverendo William
Gilpin y publicada en 1782. Gilpin quedó arrobado
por el escenario de la abadía: el sinuoso curso
del río, los bosques y calveros, y la omnipresente
tranquilidad. Sin embargo, como esteta sensible
que era, Gilpin era más crítico respecto al interior
de la abadía, en particular la vulgaridad de buen
número de aguilones. La solución que proponía
era radical y simple: Un mazo pertinentemente
utilizado podría ser de utilidad para fracturar
algunos de ellos.
Más reverente respecto a Tintern fue el gran poeta
William Wordsworth que visitó la abadía por segunda
vez el 10 de julio de 1798. Allí se inspiró para
escribir unos de sus grandes poemas meditativos,
Lines on Tintern Abbey, del que decía: “Ninguno de
mis poemas fue compuesto en circunstancias tan
placenteras de recordar para mí como éste.”
También los pintores se sentían atraídos por la
abadía y su idílico marco. Uno de los famosos fue
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