Page 20 - TURISMO4 ABRIL 2019_Neat
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ace unos 200 años, unos pequeños y
                                                                                   lujosos barcos de crucero, conducidos
                                                                                   por seis remeros y cargados de
                                                                                   vituallas para sus pasajeros, solían
                                                                                   navegar regularmente por las aguas
                                                                                   del río Wye, junto a la frontera sur
                                                                   Hentre Gales e Inglaterra. El tour
                                                                   del Wye, como se le llamaba, se iniciaba en Ross
                                                                   o en Monmouth y terminaba en Chepstow, junto a
                                                                   la desembocadura del río. El momento culminante
                                                                   y glorioso del viaje era cuando la magnífica
                                                                   estructura de la abadía de Tintern  surgía ante la
                                                                   vista, elavándose por encima de los verdes pastos y
                                                                   enmarcada por las empinadas vertientes boscosas del
                                                                   valle. Hoy en día el visitante puede ver que solamente
                                                                   quedan los cimientos de los edificios que componían
                                                                   la abadía, su suelo posee una alfombra de pasto verde
                                                                   y el techo de la estructura completamente abierto al
                                                                   cielo,  haciéndola de igual manera, un lugar idílico y
                                                                   encantador para disfrutar en plenitud.
                                                                   A finales del siglo XVIII y principios del XIX floreció
                                                                   en Europa el romanticismo. Reaccionando contra
                                                                   el anterior período de racionalismo, arquitectura
                                                                   clásica y jardines formales, los románticos buscaban
                                                                   y gustaban de los escenarios agrestes y rústicos,
                                                                   los castillos con torreones, los vestigios destruidos,
                                                                   cualquier cosa que pareciese natural y sin artificio. Al
                                                                   hacerse imposible los viajes a la Europa continental
                                                                   por causa de la Revolución Francesa  en 1789-1799,
                                                                   el recorrido del Wye atraía a incontables viajeros,
                                                                   escritores, poetas y pintores. Y la abadía de Tintern
                                                                   , con su pálida piedra, arenisca pintorescamente
                                                                   adornada de hiedra, musgo y liquen,  se convirtió
                                                                   para esos ingleses librepensadores en el lugar
                                                                   encantado por excelencia.

                                                                   Ruinas románticas

                                                                   Tras desembarcar, los turistas se paseaban entre las
                                                                   piedras sagradas, los rotos pilares y los apuntados
                                                                   arcos góticos. Para intensificar su sensación de
                                                                   sublimidad, los excursionistas podían contratar
                                                                   en Chepstow a un arpista galés que les diera una
                                                                   serenata. O, si pasaban la noche en el albergue Las
                                                                   Armas de Beaufort, los románticos incurables podían
                                                                   vagar entre las ruinas plateadas por la luna llena; o
                                                                   dejar correr libremente su imaginación ante la visión
                                                                   de las llamas de las antorchas que proyectaban
                                                                   siluetas sobre los muros desnudos.
                                                                   Un lugar para la poseía

                                                                   La guía más popular del recorrido del Wye en aquel
                                                                   tiempo había sido escrita por el reverendo William
                                                                   Gilpin y publicada en 1782. Gilpin quedó arrobado
                                                                   por el escenario de la abadía: el sinuoso curso
                                                                   del río, los bosques y calveros, y la omnipresente
                                                                   tranquilidad. Sin embargo, como esteta sensible
                                                                   que era, Gilpin era más crítico respecto al interior
                                                                   de la abadía, en particular la vulgaridad de buen
                                                                   número de aguilones. La solución que proponía
                                                                   era radical y simple: Un mazo pertinentemente
                                                                   utilizado podría ser de utilidad para fracturar
                                                                   algunos de ellos.

                                                                   Más reverente respecto a Tintern fue el gran poeta
                                                                   William Wordsworth que visitó la abadía por segunda
                                                                   vez el 10 de julio de 1798. Allí se inspiró para
                                                                   escribir unos de sus grandes poemas meditativos,
                                                                   Lines on Tintern Abbey, del que decía: “Ninguno de
                                                                   mis poemas fue compuesto en circunstancias tan
                                                                   placenteras de recordar para mí como éste.”
                                                                   También los pintores se sentían atraídos por la
                                                                   abadía y su idílico marco. Uno de los famosos fue


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                TURISMOCUATRO MAGAZINE CHILE                                                   Abril                                                              2019
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