Page 211 - Cementerio de animales
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seguramente debía de llevar mucho tiempo en el fondo de su pensamiento esperando
el momento propicio para aflorar a la superficie.
«¿Cuándo piensas hacerlo? ¿Cuándo enterrarás a Gage en Pet Sematary?»
Y, a renglón seguido:
«Lázaro, sal fuera.»
La voz de Ellie, aturdida y soñolienta:
«La maestra dijo que si sólo hubiera dicho "Sal fuera", seguramente habrían
salido todos los que estaban en el cementerio.»
Louis sintió que le recorría todo el cuerpo un escalofrío tan violento que tuvo que
asirse los brazos para no echarse a temblar. De pronto, recordó el primer día de
colegio de Ellie. Gage se había dormido en sus rodillas mientras él y Rachel
escuchaban el parloteo de la niña acerca de la canción del "Viejo MacDonald" y de
Mrs. Berryman. «Déjame acostar al niño», le dijo él y, mientras subía la escalera con
Gage en brazos, tuvo un horrible presentimiento. Ahora lo comprendía: en
septiembre, una parte de su ser sabía que Gage moriría pronto. Una parte de su ser
sabía que Oz el Ggande y Teggible andaba por allí. Era una tontería, un disparate, una
simple superstición… y era la verdad. Él lo supo.
Louis se derramó un chorro de cerveza en la camisa y Church abrió los ojos
recelosos, por si aquello era la señal de que iba a empezar la sesión de puntapiés.
Y Louis recordó también la pregunta que hizo a Jud y cómo se sobresaltó Jud,
tirando dos botellas de cerveza. Una se rompió. «De esas cosas, ni se habla, Louis.»
Pero él quería hablar o, por lo menos, pensar en ellas. Pet Sematary. Y lo que
había más allá de Pet Sematary. La idea ejercía una morbosa atracción. Existía una
indiscutible analogía. Church fue muerto en la carretera; Gage fue muerto en la
carretera. Church estaba aquí —diferente y hasta repulsivo— pero aquí estaba. Ellie,
Gage y Rachel convivían con él sin problemas. Mataba pájaros, sí, y había destripado
unos cuantos ratones; pero esas cosas las hacían los gatos. Church no se había
convertido en un Frankengato. En muchos aspectos era el mismo de siempre.
«Tratas de convencerte a ti mismo —le susurró una voz—. No es el mismo. Es
espectral. El cuervo, Louis, ¿te acuerdas del cuervo?»
—¡Santo Dios! —exclamó Louis con una voz temblorosa y desesperada que ni él
mismo reconoció.
Dios, sí, claro. La invocación no podía ser más oportuna. Como en una novela de
vampiros y fantasmas. Vamos ya, en el nombre de Dios, ¿qué es lo que estás
pensando? Pensaba una horrenda blasfemia, algo que ni aun ahora acababa de creer.
O, lo que era peor, se mentía a sí mismo. No era que tratara de convencerse, era que
se engañaba deliberadamente.
«¿Y dónde está la verdad? Si tanto te interesa la verdad, ¿cuál es esa verdad?»
Para empezar, que Church ya no era un gato. Parecía un gato y actuaba como un
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