Page 210 - Cementerio de animales
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de vez en cuando mientras vigilaba a los niños (a la niña, rectificó Louis mientras
           bajaba la escalera del sótano). Incluso la misma Miss Charlton, las contadas veces
           que había estado en la casa, prefería una cerveza (siempre que fuera ligera) a una

           copa de vino. De manera que un día, el invierno anterior, Rachel fue y compró nada
           menos  que  diez  cajas  de  Schlitz  Light  aprovechando  una  oferta  especial  de  la
           cervecería A. & P. «Así no tendrás que salir corriendo a Julio's de Orrington cada vez

           que tenemos visita —dijo—. Además, siempre estás con lo que dijo Robert Parker de
           que cualquier cerveza que esté en la nevera después de cerrar las tiendas es buena
           cerveza, ¿no? Conque bebe esto y piensa en todo el dinero que estás ahorrando.» El

           invierno anterior. Cuando las cosas estaban bien. «Cuando las cosas estaban bien.»
           Tiene gracia la facilidad y rapidez con que tu mente hace esa crucial distinción.
               Louis subió una caja de cerveza y puso las latas en el frigorífico. Luego, tomó una

           lata,  cerró  la  puerta  del  frigorífico  y  abrió  la  lata.  Church  salió  lentamente  de  la
           despensa al oír la puerta y se quedó mirando a Louis interrogativamente. El animal no

           se acercó. Ya empezaban a ser demasiados puntapiés.
               —No tengo nada para ti —dijo al gato—. Hoy ya has comido tu ración de Calo.
           Si quieres algo más, mata un pájaro.
               Church le miraba fijamente sin moverse. Louis bebió la mitad de la cerveza y

           sintió que se le subía a la cabeza inmediatamente.
               —Pero  ni  siquiera  te  los  comes,  ¿verdad?  —preguntó  Louis—.  Te  basta  con

           matarlos.
               Church pasó a la sala, al comprender que no había nada para él y, al cabo de un
           momento, Louis le siguió.
               «¡Ajajá, vamos allá!», pensó otra vez distraídamente.

               Louis  se  sentó  en  su  butaca  y  miró  a  Church.  El  gato  estaba  echado  en  la
           alfombra,  delante  del  televisor,  vigilando  a  Louis;  probablemente,  preparado  para

           salir corriendo si Louis se ponía agresivo y decidía soltar el pie.
               Pero Louis levantó la cerveza.
               —Por  Gage  —dijo—.  Por  mi  hijo,  que  hubiera  podido  ser  un  gran  artista,  un
           nadador olímpico o el jodido presidente de Estados Unidos. ¿Qué dices tú, cretino?

               Church le miraba con aquellos ojos apagados y extraños.
               Louis bebió el resto de la cerveza a grandes tragos que lastimaban su dolorida

           garganta, se levantó y fue a buscar la segunda lata al frigorífico.
               Cuando Louis llevaba ya tres cervezas, sintió que por primera vez en todo el día,
           empezaba a conseguir cierto equilibrio y, al terminar la primera media docena, pensó

           que incluso podría dormir, dentro de una hora aproximadamente. Cuando volvía del
           frigorífico con la octava o la novena (ya había perdido la cuenta y había dejado de
           andar derecho), su mirada tropezó con Church que estaba dormitando —o fingiendo

           dormitar—  en  la  alfombra.  La  idea  se  le  ocurrió  de  un  modo  tan  natural  que




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