Page 24 - Cementerio de animales
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               Las dos semanas siguientes fueron de mucho ajetreo para la familia. Ante Louis
           empezaban a perfilarse las funciones de su nuevo cargo (pero cuando convergieran en

           el  campus  diez  mil  estudiantes,  entre  los  que  habría  cantidad  de  drogadictos  y
           alcohólicos, inadaptados, depresivos, un buen puñado de anoréxicos —la mayoría,
           chicas— y algunos, con nostalgia del hogar paterno del que habrían salido ahora por

           primera vez en su vida…, entonces su trabajo tomaría otro cariz). Y, mientras Louis
           se  familiarizaba  con  su  labor  de  jefe  de  los  Servicios  Médicos  de  la  Universidad,

           Rachel hacía lo propio con su nueva vivienda. Y, entretanto, ocurrió algo que Louis
           deseaba fervorosamente: ella se enamoró de la casa.
               Gage andaba muy atareado sufriendo los coscorrones y batacazos que comportaba
           el acostumbrarse al nuevo entorno y, durante algún tiempo, su reposo nocturno sufrió

           un grave trastorno, pero hacia mediados de la segunda semana ya volvía a dormir
           toda la noche de un tirón. Únicamente Ellie, que veía acercarse el día en que tendría

           que empezar a ir al nuevo parvulario, parecía estar siempre sobreexcitada y en ascuas.
           A  la  menor  nimiedad,  le  entraba  la  risita  loca,  o  una  depresión  menopáusica,  o
           agarraba  unas  rabietas  impresionantes.  Rachel  decía  que  la  niña  superaría  aquel
           nerviosismo  tan  pronto  como  descubriera  que  la  escuela  no  era  el  coco  que  ella

           imaginaba, y Louis estaba de acuerdo con Rachel. Casi siempre, Ellie seguía siendo
           lo que siempre había sido: un encanto de criatura.

               La cerveza nocturna en casa de Crandall se había convertido en un hábito para
           Louis.  Cuando  Gage  empezó  a  dormir  bien  otra  vez,  Louis  tomó  la  costumbre  de
           llevar su propia caja de seis latas a casa de su vecino cada dos o tres noches. Conoció
           a  Norma  Crandall,  una  mujer  muy  agradable  que  sufría  artritis  reumática,  esa

           pesadilla que amarga la existencia de tantos hombres y mujeres de edad avanzada
           que, por lo demás, están sanos; pero se mantenía animosa. No se rendía al dolor; nada

           de banderas blancas. A ver si podía con ella. Louis calculó que le quedaban entre
           cinco y siete años soportables.
               Actuando contra su costumbre, Louis la examinó por propia iniciativa, repasó las

           recetas extendidas por el médico que la trataba y comprobó que no había nada que
           objetar. Se sentía un poco decepcionado por no poder proponer alguna sugerencia,
           pero  el  doctor  Weybridge  llevaba  bien  el  caso,  dentro  de  lo  que  cabía,  salvo

           complicaciones,  desde  luego.  Las  cosas  hay  que  tomarlas  como  vienen,  o  acabas
           encerrado en un cuartito escribiendo cartas a la familia con un lápiz.
               Rachel la apreciaba, y las dos mujeres sellaron su amistad intercambiando recetas

           de cocina como los chicos intercambian cromos de béisbol, empezando con la tarta
           de  manzana  de  Norma  Crandall  y  por  el  buey  stroganoff  de  Rachel.  Norma  se
           encariñó con los dos pequeños Creed, especialmente con Ellie, quien, según ella, iba



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