Page 19 - Cementerio de animales
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               Cuando Louis regresó, se sentía un poco avergonzado. Nadie le había pedido que
           examinara  a  Norma  Crandall;  cuando  él  cruzó  la  calle  (la  carreteeyra,  rectificó,

           sonriendo), la buena señora ya se había acostado. Jud era una silueta borrosa detrás
           de la tela mosquitera que cubría el porche. Se oía el sosegado roce de una mecedora
           sobre linóleo. Louis golpeó la puerta que repicó suavemente en el marco. La brasa del

           cigarrillo brillaba, fosforescente, como una luciérnaga grande y apacible. A través de
           un aparato de radio con el volumen bajo se oía una retransmisión deportiva. Todo ello

           produjo a Louis la extraña sensación de que entraba en su casa.
               —Hola, doctor —dijo Crandall—. Me figuré que sería usted.
               —Supongo que lo de la cerveza iba en serio —dijo Louis al entrar.
               —Tratándose de cerveza, yo nunca miento —dijo Crandall—. El que miente al

           hablar de cerveza se hace enemigos. Siéntese, doctor. Puse un par de latas más en
           hielo, por si acaso.

               El porche era largo y estrecho y estaba amueblado con sillones y otomanas de
           roten. Louis se sentó en un sillón y notó con sorpresa que era muy cómodo. A mano
           izquierda tenía un cubo con hielo y varias latas de Black Label. Tomó una.
               —Gracias —dijo al abrirla—. Los dos primeros tragos le cayeron en la garganta

           como una bendición.
               —No hay de qué —dijo Crandall—. Deseo que sean muy felices aquí, doctor.

               —Amén.
               —Si quiere unas galletas o algo de comer se lo traigo. Tengo un pedazo de queso
           que estará en su punto.
               —Gracias, pero la cerveza será suficiente.

               —De acuerdo, pues, nos dedicaremos a la cerveza. —Crandall eructó, satisfecho.
               —¿Su esposa se acostó ya? —preguntó Louis, sin conseguir explicarse por qué

           estaba dándole pie.
               —Sí. Unas veces se queda y otras, no.
               —¿Es muy dolorosa su artritis?

               —¿Sabe de algún caso que no lo sea? —preguntó Crandall.
               Louis movió negativamente la cabeza.
               —Será tolerable, imagino —dijo Crandall—. Ella no se queja. Buena muchacha

           mi Norma. —Había en su voz un afecto sincero y profundo. Por la carretera 15 pasó
           un camión-cisterna. Era tan grande y tan largo que, durante un momento, Louis no
           pudo  ver  su  casa.  En  un  rótulo  pintado  en  el  costado  del  camión,  a  la  luz  del

           crepúsculo, se leía: ORINCO.
               —Vaya armatoste —comentó Louis.
               —La  Orinco  está  cerca  de  Orrington  —dijo  Crandall—.  Es  una  fábrica  de



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