Page 14 - Cementerio de animales
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—Muy amable, Mr. Crandall.
—Oh, atiendo por Jud —dijo el hombre.
De pronto, sonó un fuerte bocinazo, un motor aminorando revoluciones y en el
camino interior que conducía a la casa apareció, bamboleándose, el camión azul de
las mudanzas.
—¡Santo Dios! —exclamó Louis—. Y las llaves que no aparecen.
—No se apure —dijo Crandall—. Yo tengo un juego. Me lo dieron los Cleveland,
el matrimonio que vivía antes aquí. Oh, hace ya mucho tiempo, por lo menos catorce
o quince años. Tuvieron la casa muchos años. Joan Cleveland era la mejor amiga de
mi mujer. Murió hace dos años y Bill se mudó a un apartamento de una comunidad de
ancianos de Orrington. Ahora mismo se las traigo. Al fin y al cabo, son suyas.
—Es muy amable, Mr. Crandall —dijo Rachel con sincero agradecimiento.
—No tiene importancia. Nos alegra mucho tener cerca a gente joven. Pero vigile
a los niños, Mrs. Creed. Pasan muchos camiones por esa carretera.
Se oyeron chasquidos de puertas y los hombres de la mudanza que habían saltado
del camión se acercaban a ellos.
Ellie se había alejado un trecho y dijo entonces:
—¿Qué es eso, papá?
Louis, que ya iba al encuentro de los hombres, volvió la cabeza. Al extremo del
prado, donde empezaban los matorrales, se abría un sendero de un metro de ancho,
muy bien recortado, que subía por la ladera, sorteando unos arbustos y se perdía de
vista tras un bosquecillo de abedules.
—Es un camino —dijo Louis.
—Ah, sí —sonrió Crandall—. Algún día te diré adonde lleva ese camino,
jovencita. ¿Ahora quieres que curemos a tu hermano?
—Sí —dijo Ellie, y añadió, ilusionada—: ¿Pica la levadura?
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