Page 17 - Cementerio de animales
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               A las nueve, los de las mudanzas se habían marchado ya. Ellie y Gage, exhaustos,
           dormían en sus nuevas habitaciones; Gage, en la cuna y Ellie en un colchón puesto en

           el  suelo,  con  una  montaña  de  cajas  a  los  pies:  sus  innumerables  lápices,  nuevos,
           gastados o rotos, sus pósters de Barrio Sésamo, sus libros de cuentos, sus vestidos y
           sabe  Dios  cuántas  cosas  más.  Y,  cómo  no,  allí  estaba  también  Church,  roncando

           levemente. Aquel ligero gruñido era lo más parecido a un ronroneo que era capaz de
           emitir el gatazo.

               Antes,  Rachel  había  recorrido  la  casa  de  arriba  abajo  con  Gage  en  brazos,
           tratando  de  localizar  dónde  Louis  había  mandado  colocar  cada  cosa,  y  haciéndolo
           cambiar todo de sitio. Louis no había extraviado el cheque: seguía en el bolsillo del
           pecho, junto con los cinco billetes de diez dólares que había apartado para la propina.

           Cuando,  por  fin,  el  camión  quedó  vacío,  él  entregó  el  cheque  y  el  dinero,
           correspondió a las gracias con un movimiento de cabeza, firmó el recibo y desde el

           porche los vio ir hacia el camión. Probablemente, pararían en Bangor a tomar unas
           cervezas para refrescarse. También a él le caerían bien un par de cervezas. Eso le hizo
           pensar otra vez en Jud Crandall.
               Él y Rachel se sentaron a la mesa de la cocina. Ella tenía ojeras.

               —Tú, a la cama —le dijo.
               —¿Órdenes del médico? —preguntó Rachel, sonriendo levemente.

               —Sí.
               —De acuerdo —dijo ella, poniéndose en pie—. Estoy molida. Y es posible que
           Gage se despierte esta noche. ¿Vienes?
               Él titubeó.

               Todavía no. Ese viejo del otro lado de la calle…
               —Carretera.  En  el  campo  se  dice  carretera.  Aunque  probablemente  Judson

           Crandall dirá carreteeyra.
               —Pues entonces, del otro lado de la carreteeyra. Me invitó a tomar una cerveza y
           me  parece  que  voy  a  aceptar  la  invitación.  Estoy  cansado,  pero  me  parece  que  la

           excitación no me dejaría dormir.
               —Acabarás preguntando a Norma Crandall dónde le duele y cómo es el colchón
           de su cama —sonrió Rachel.

               Louis se echó a reír, pensando que era gracioso —gracioso y alarmante— que una
           mujer pudiese leerte el pensamiento de ese modo, al cabo de unos cuantos años.
               —Él vino cuando le necesitábamos —dijo—. Si yo puedo hacerle un favor…

               —¿Hoy por ti, mañana por mí?
               Él se encogió de hombros. Ni quería ni hubiera sabido explicarle por qué Crandall
           le había causado tan buena impresión.



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