Page 15 - Cementerio de animales
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               Cuando Crandall volvió con las llaves, Louis ya había encontrado las suyas. El
           sobre se había introducido detrás del salpicadero por una rendija que quedaba en lo

           alto de la guantera. Louis lo sacó y abrió la puerta a los encargados de la mudanza.
           Crandall le entregó el otro juego, que estaba mate y áspero al tacto. Louis le dio las
           gracias  y  se  lo  guardó  en  el  bolsillo  con  aire  distraído,  mientras  observaba  a  los

           hombres que entraban en la casa con las cajas, cómodas, mesitas y demás enseres
           acumulados en doce años de matrimonio. Allí, fuera de su lugar habitual, parecían

           más pequeños e insignificantes. «Un montón de trastos», pensó y de pronto se sintió
           triste  y  deprimido;  seguramente,  aquello  era  lo  que  la  gente  llamaba  nostalgia  del
           hogar.
               —Arrancados y trasplantados —dijo Crandall a su lado, y Louis se sobresaltó.

               —Parece conocer la sensación —dijo.
               —Pues  no  es  así.  —Crandall  encendió  un  cigarrillo.  ¡Chas!  hizo  el  fósforo,

           brillando vivamente a la luz del atardecer—. Esa casa de ahí enfrente la construyó mi
           padre. Aquí trajo a vivir a su mujer y aquí dio a luz ella. Y el niño que tuvo era yo.
           Fue en el mil novecientos.
               —Entonces usted tiene…

               —Ochenta y tres —dijo Crandall, y Louis se alegró de que no añadiera: «pero me
           siento como un muchacho». Le reventaba la frase.

               —Parece mucho más joven.
               Crandall se encogió de hombros.
               —Lo cierto es que he pasado aquí toda mi vida. Me alisté cuando entramos en la
           Gran Guerra, pero lo más cerca que llegué de Europa fue Bayonne, en Nueva Jersey.

           Un lugar infecto. Ya lo era en 1917. Con que me alegré de volver. Me casé con mi
           Norma, estuve trabajando en el ferrocarril y aquí sigo. Pero he visto muchas cosas de

           Ludlow. Muchas cosas.
               Los  hombres  de  la  mudanza  se  pararon  junto  a  la  puerta  del  cobertizo,  con  el
           canapé de la cama de matrimonio.

               —¿Dónde va esto, Mr. Creed?
               —Arriba… Un momento, yo les indicaré. —Echó a andar, se detuvo y miró a
           Crandall.

               —Adelante  —dijo  Crandall  sonriendo—.  Yo  voy  a  ver  cómo  está  su  familia.
           Luego se los envío. Ahora será mejor despejar el terreno. Pero una mudanza da sed.
           Yo acostumbro a sentarme en el porche, a eso de las nueve, con un par de cervezas.

           Me  gusta  ver  llegar  la  noche  en  el  verano.  A  veces,  Norma  se  sienta  conmigo.
           Acérquese, si le apetece.
               —Puede que vaya —dijo Louis, decidido a no hacerlo. La inmediata sería una



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