Page 27 - Cementerio de animales
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que uno los abra más de lo normal, sino que se proyectan hacia afuera al aumentar la
presión sanguínea y la presión hidrostática de los fluidos craneales. «¿Qué diablos
pasa aquí? ¿Fantasmas? Dios, es como si algo me hubiera rozado aquí, en esta
escalera, algo que casi he visto.»
Abajo, la puerta mosquitera repicó en el marco.
Louis Creed se sobresaltó y casi lanzó un grito. Luego, se rió. Aquello era,
sencillamente, una de esas lagunas frías por las que a veces cruza la mente, ni más ni
menos. Una fuga momentánea. Cosas que pasan, eso. ¿Qué le dijo Scrooge al
fantasma de Jacob Marley? «Tal vez no seas más que una patata medio cruda. Eres
más fantoche que fantasma.» Y, en esto, Charles Dickens acertaba más de lo que él
mismo imaginaba. Los fantasmas no existían; por lo menos, que él supiera. En el
ejercicio de su profesión, Louis había certificado la defunción de dos docenas de
personas, y nunca sintió pasar un alma.
Llevó a Gage a su habitación y lo dejó en la cuna. Pero, mientras arropaba a su
hijo, un escalofrío le recorrió la espalda y de pronto se acordó de la «tienda» de su tío
Carl. Porque allí no se exhibían coches relucientes, ni televisores con los más
modernos dispositivos, ni lavavajillas con parte delantera de cristal para que uno
pudiera contemplar los mágicos aclarados. Allí todo eran cajas con la tapa levantada,
iluminadas cada una por un foco bien camuflado. El hermano de su padre tenía una
funeraria.
«¡Dios del cielo! ¿A qué viene esa sensación de horror? ¡Vamos, reacciona,
hombre! ¡Déjate de monsergas!»
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