Page 21 - El Misterio de Salem's Lot
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dos  personas  no  se  produce  nada  especial,  un  instante  como  ése  se  pierde  en  el
           naufragio general de la memoria.
               En ese momento la muchacha rió y le ofreció el libro.

               —¿Quiere dedicármelo?
               —Pero es de la biblioteca.
               —Lo compraré para reponerlo.

               Ben sacó un lápiz del bolsillo, abrió el libro por la primera hoja y preguntó:
               —¿Cómo se llama?
               —Susan Norton.

               Sin pensar, Ben escribió rápidamente: «Para Susan Norton, la chica más bonita
           del parque, afectuosamente, Ben Mears.» Bajo su firma anotó la fecha.
               —Ahora no tendrá más remedio que robarlo —le dijo mientras se lo devolvía—.

           Lamentablemente Danza aérea está agotado.
               —Haré que uno de esos expertos en conseguir libros agotados que hay en Nueva

           York  me  consiga  un  ejemplar.  —Susan  dudó  un  momento  y  esta  vez  sus  ojos  se
           detuvieron en los de Ben—. Es un libro extraordinario.
               —Gracias. Cada vez que lo cojo y le echo un vistazo, no entiendo cómo pueden
           haberlo publicado.

               —¿Y suele cogerlo a menudo?
               —Sí, pero estoy tratando de no hacerlo más.

               Ella  le  miró  sonriendo.  Los  dos  rieron  y  la  situación  les  pareció  más  natural.
           Después  él  se  sorprendería  cada  vez  que  pensara  en  la  facilidad  con  que  había
           sucedido todo. La idea le incomodaba. Le obligaba a pensar en un destino que no sólo
           era  ciego,  sino  que  estaba  provisto  de  una  visión  consciente  y  poderosísima

           empeñada en triturar a los indefensos mortales entre las grandes piedras del molino
           del universo para fabricar algún pan ignoto.

               —Leí también La hija de Conway y me encantó. Supongo que es lo que le dicen
           continuamente.
               —No. Muy pocas veces —respondió con sinceridad Ben.
               A Miranda también le gustaba La hija de Conway, pero casi todos sus amigos se

           habían mostrado indiferentes y la mayor parte de los críticos se habían ensañado con
           el libro. Nadie podía confiar en la crítica actual. Las obras con argumento ya no se

           usaban; la moda era la masturbación.
               —Pues a mí me gustó —insistió Susan.
               —¿Ha leído la última?

               —¿Adelante, dijo Billy? Todavía no. La señorita Coogan, la del drugstore, dice
           que es bastante fuerte.
               —Pero si es casi puritano —protestó Ben—. El lenguaje es áspero, pero cuando

           se  describen  muchachos  del  pueblo  y  sin  mucha  educación,  no  se  puede...  Oye,




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