Page 25 - El Misterio de Salem's Lot
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—Sí.
               —En tal caso puedes entenderme. De niño estuve en Salem's Lot y para mí es un
           pueblo lleno de fantasmas. Cuando regresaba, estuve a punto de pasar de largo por

           miedo de que fuera diferente.
               —Aquí las cosas no cambian... —afirmó Susan—, no mucho.
               —Yo solía jugar a la guerra con los chicos de Gardener en los pantanos. Y a los

           piratas junto al estanque. En el parque jugábamos a policías y ladrones y al escondite.
           Después de abandonar la casa de tía Cindy, mamá y yo lo pasamos bastante mal. Ella
           se suicidó cuando yo tenía catorce años, pero mucho antes se me había caído todo el

           polvo mágico. Lo que tuve de magia, lo tuve aquí y sigue estando aquí. El pueblo no
           ha cambiado tanto. Mirar por Jointner Avenue es como mirar a través de un delgado
           cristal de hielo, como el que se puede sacar de la cisterna del pueblo en noviembre. A

           través de él puedes mirar tu infancia, ondulante y brumosa. Hay lugares donde se
           pierde en la nada, pero la mayor parte sigue estando allí, intacta.

               Se detuvo, atónito. Había hecho un discurso.
               —Hablas como en tus libros —dijo Susan fascinada.
               —Jamás en mi vida había dicho algo así en voz alta —sonrió Ben.
               —¿Qué hiciste cuando tu madre... murió?

               —Anduve por ahí —fue su breve respuesta—. Acaba el helado.
               Susan obedeció.

               —Algunas cosas han cambiado —comentó al cabo de un momento—. El señor
           Spencer murió. ¿Te acuerdas de él?
               —Desde  luego.  Todos  los  jueves  por  la  tarde,  tía  Cindy  bajaba  al  pueblo  para
           hacer la compra en la tienda de Crossen y me mandaba aquí para tomar una gaseosa

           de hierbas. Entonces no venían embotelladas, era verdadera gaseosa de Rochester. Mi
           tía me daba una moneda envuelta en un pañuelo.

               —Cuando yo empecé a venir, ya no bastaba con una moneda, ¿Te acuerdas de lo
           que solía decir el señor Spencer?
               Ben se encorvó hacia adelante, retorció una mano como si la tuviera deformada
           por la artritis y esbozó una mueca con la boca simulando una especie de hemiplejia.

               —La vejiga —susurró—, Esas gaseosas os echarán a perder la vejiga, chicos.
               La risa de Susan se desgranó hacia el ventilador que giraba lentamente sobre sus

           cabezas. La señorita Coogan la miró con desconfianza.
               —¡Perfecto! Sólo que a nosotros nos decía chiquillas.
               Los dos se miraron hechizados.

               —Oye, ¿te gustaría ir al cine esta noche? —preguntó Ben.
               —Me encantaría.
               —¿Cuál es el cine más próximo?

               Susan rió una vez más.




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