Page 24 - El Misterio de Salem's Lot
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entrevista con Play-Boy. Pero es una pérdida de tiempo. Sólo entrevistan a los autores
cuyos libros se venden muy bien.
El muchacho del uniforme de las Fuerzas Aéreas se levantó. Un autocar
Greyhound se acercaba al apeadero haciendo resoplar los frenos de aire.
—De niño viví cuatro años en las afueras de Salem's Lot, en Burns Road.
—¿Burns Road? Ahora ya no queda nada allí, salvo los pantanos y un pequeño
cementerio, Harmony Hill.
—Vivía con mí tía Cindy. Cynthia Stevens. Mi padre murió y mi madre tuvo
un..., bueno, una especie de descalabro nervioso, así que me mandó a casa de mi tía
Cindy mientras ella se reponía. Tía Cindy me montó en un autobús para que volviera
a Long Island junto a mi madre un mes después del gran incendio. —Ben se miró en
el espejo que había detrás de la barra—. Y yo, que había venido llorando en el
autobús al separarme de ella, volví llorando al alejarme de tía Cindy y de Salem's
Lot.
—¡Qué casualidad! Yo nací el año del incendio —contestó Susan—. Fue lo más
importante que ha sucedido jamás en este pueblo y yo no me enteré.
—Así pues eres unos siete años mayor de lo que pensé en el parque —calculó
Ben riendo.
—¿De veras? —Susan parecía encantada—. Gracias. La casa de tu tía debió de
quemarse.
—Sí —confirmó Ben—. La verdad es qué lo que ocurrió esa noche es uno de los
recuerdos más claros que conservo. Vinieron unos hombres con extintores a la
espalda y nos dijeron que teníamos que irnos. Fue muy emocionante. La tía Cindy se
afanaba en recoger cosas para cargarlas en su automóvil. ¡Qué noche, por Dios!
—¿Tenía seguro?
—No, pero la casa era alquilada y conseguimos cargar en el coche casi todas las
cosas de valor, salvo el televisor. Lo intentamos, pero no pudimos levantarlo del
suelo. Era un Video King con pantalla de siete pulgadas y un cristal de aumento sobre
el tubo. Muy perjudicial para los ojos. De todas maneras no se veía más que un canal,
con muchísimas canciones del oeste, información para granjeros y Kitty el payaso.
—Y has vuelto aquí para escribir un libro —se maravilló Susan.
Ben tardó unos segundos en contestar. La señorita Coogan estaba abriendo
cartones de cigarrillos para llenar el exhibidor colocado junto a la caja registradora.
El farmacéutico, el señor Labree, paseaba como un fantasma detrás de su mostrador.
Por su parte, el muchacho con uniforme de las Fuerzas Aéreas, de pie junto a la
puerta del autobús, esperaba que el conductor volviera del cuarto de baño.
—Sí —respondió finalmente, y se volvió a mirarla a la cara por primera vez. Era
muy bonita, con candidos ojos azules y frente alta, despejada y tostada por el sol—.
¿Esta ciudad representa tu infancia? —le preguntó.
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