Page 32 - El Misterio de Salem's Lot
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—Espera un momento —le dijo Ann—. Baja el volumen del televisor y
cuéntame.
Susan estranguló la voz de Art Fleming, que desparramaba miles de dólares desde
su programa, y le contó a su madre que había conocido a Ben Mears. La señora
Norton tuvo cuidado de hacer pausados gestos de asentimiento y simpatía a medida
que se desarrollaba el relato, pese a las luces amarillas de advertencia que se
encendían en su cabeza siempre que Susan hablaba de un muchacho nuevo o un
hombre. En realidad, se le hacía difícil pensar que Susie ya tenía la edad suficiente
para que fueran hombres. Pero las luces de hoy eran un poco más intensas.
—Parece interesante —comentó mientras ponía sobre la tabla de planchar otra de
las camisas de su marido.
—Estuvo realmente simpático —afirmó Susan—. Muy natural.
—Ay..., mis pies —se quejó la señora Norton. Dejó la plancha en el porta
plancha, donde silbó ominosamente, y se acomodó en la mecedora situada junto a la
amplia ventana. Tomó un Parliament del paquete que estaba sobre la mesita de café y
lo encendió—. ¿Estás segura de que es un muchacho serio, Susie?
Susan sonrió un poco a la defensiva.
—Claro que estoy segura. Tiene el aspecto... no sé, de un profesor universitario o
algo así.
—Dicen que el Bombero Loco tenía aspecto de jardinero —evocó reflexivamente
su madre.
—Bosta de ciervo —respondió alegremente Susan. Era una expresión que
siempre irritaba a su madre.
—Déjame ver el libro. —Ann tendió una mano para cogerlo.
Mientras se lo daba, Susan recordó repentinamente la escena de la violación
homosexual en la prisión.
—Danza aérea —dijo con aire meditabundo Ann Norton, y empezó a pasar
distraídamente las páginas. Susan esperaba, resignada. Su madre lo encontraría.
Como siempre.
Las ventanas estaban abiertas y una brisa ociosa rizaba las cortinas amarillas de la
cocina, que su madre insistía en llamar despensa como si vivieran en medio de las
comodidades de la clase alta. Era una hermosa casa, maciza, de ladrillo, un poco
difícil de calentar en invierno pero fresca como una gruta durante el verano. Estaba
situada en una ligera elevación al término de Brock Street y desde la ventana frente a
la cual estaba sentada la señora Norton se podía ver todo el pueblo. El panorama no
sólo era agradable, sino incluso espectacular en invierno, con el paisaje amplio y
brillante de la nieve inmaculada y de los edificios desdibujados por la distancia, que
arrojaba a los campos nevados largas sombras amarillas.
—Me parece que leí un comentario sobre el libro en el periódico de Portland. No
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