Page 33 - El Misterio de Salem's Lot
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era muy bueno.
—Pues a mí me gusta —anunció Susan con firmeza—. Y me gusta él.
—Es posible que a Floyd también le guste —comentó la señora Norton—.
Deberías presentarles.
Susan sintió una verdadera punzada de cólera que la consternó. Creía que ella y
su madre habían dejado atrás las últimas tormentas de la adolescencia y sus secuelas,
pero estaba equivocada. Las dos reanudaron la vieja discusión en la que la identidad
de Susan debía luchar contra la experiencia y las creencias de su madre.
—Ya hemos hablado de Floyd, mamá, y tú sabes que eso no era nada serio.
—El periódico también decía que había unas escenas bastante espeluznantes en la
prisión. Cosas entre muchachos...
—¡Mamá, por el amor de Dios! —Susan cogió uno de los cigarrillos de su madre.
—No tienes por qué usar el nombre de Dios en vano —señaló la señora Norton
imperturbable.
Le devolvió el libro y tiró la ceniza del cigarrillo en un cenicero de cerámica que
tenía la forma de un pez. Se lo había regalado una de sus amigas de la asociación de
beneficencia y a Susan siempre le había irritado sin que pudiera saber exactamente el
motivo. Tal vez porque había algo obsceno en eso de echar ceniza en la boca de una
perca.
—Voy a guardar los comestibles —dijo Susan, y se levantó.
La señora Norton volvió a insistir en voz baja:
—Sólo me refería a que si tú y Floyd Tibbits vais a casaros...
La irritación aumentó hasta convertirse en la antigua cólera punzante.
—Pero por Dios, ¿cómo se te ha ocurrido semejante idea? ¿Alguna vez te he
dicho que pensaba casarme?
—Yo suponía...
—Pues suponías mal —interrumpió Susan con ardor y faltando un poco a la
verdad. Hacía ya unas semanas que trataba de desanimar gradualmente a Floyd.
—Suponía que cuando una sale con el mismo muchacho durante un año y medio
— prosiguió, suave e implacable su madre—, eso debe de significar que las cosas han
llegado a un punto en que ya no se limitan a cogerse de las manos.
—Floyd y yo somos algo más que amigos —confirmó tranquilamente Susan para
que su madre sacara la conclusión que quisiera. Una conversación no furmulada
quedó pendiente entre ellas: —¿Te has acostado con Floyd? —Eso a ti no te importa.
—¿Qué significa para ti ese Ben Mears? —Eso a ti no te importa. —A ver si te
entusiasmas con él y haces alguna tontería. —Eso a ti no te importa. —Pero es que te
amo, Susie. Papá y yo te queremos mucho.
Y para eso no había respuesta. Por eso era urgente Nueva York o cualquier otra
cosa. Finalmente, uno siempre terminaba por estrellarse contra las tácitas barricadas
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