Page 87 - Las ciudades de los muertos
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—Y ellos también pueden. Veré lo que puedo hacer —se volvió hacia Henry—.
           ¿Cuánto dijo que estaría dispuesto a pagar?
               —No lo dije. Primero desearía ver la momia.

               —Naturalmente. Bien, tal vez mi vendedor pueda conseguirme otra. ¿Se alojan en
           el Shepheard?
               —Así es.

               —¿Cuántos días van a permanecer en El Cairo?
               Quería que actuara con rapidez.
               —Sólo un par de días más —respondí.

               Ahmed se encogió de hombros y nos miró inexpresivo.
               —Entonces, poco puedo prometerles, pero veremos qué puedo hacer.
               De regreso al hotel (Henry había insistido para que tomáramos una calesa y no

           fuésemos a pie), escribí una rápida nota a Maspero, al Museo: «Ahmed Abd-er-Rasul.
           Platero  del  barrio  copto.  Vigílalo.  Nos  conducirá  a  más  momias».  El  «nos»  era

           totalmente deliberado.
               Larrimer observaba por encima de mi hombro lo que escribía.
               —¿Crees que funcionará?
               —Ahmed huele mucho dinero. Por cierto, estuviste muy bien con él. Gracias.

               —¿Realmente es tan importante localizar el origen de esas momias?
               —Sí —no quería añadir más.

               —¿Por qué?
               —Alguien las está envolviendo de nuevo y se están perdiendo pruebas de un gran
           valor arqueológico.
               —Ya veo.

               Había,  por  supuesto,  otras  posibilidades  más  graves,  pero  no  quería  hablar  de
           ellas con Henry ni con nadie. Cada vez me gustaba menos el asunto.





           Esta mañana, temprano, me llevé a Henry al Museo. Llegamos antes de la hora de
           apertura, pero el portero me reconoció y nos dejó pasar. Las amplias galerías estaban

           vacías y nuestras pisadas y voces resonaban entre los dioses y los faraones. Le mostré
           los tesoros más importantes, la esfinge de Gizeh, los colosos de Akhenaton y todo el
           resto, pero evité entrar en la sala de las momias. Últimamente tenía demasiadas en mi

           pensamiento.
               En la sala de los colosos, Larrimer se puso de rodillas para examinar de cerca un
           piramidión negro.

               —Me gustaría fotografiar las pirámides, Howard.
               —¿Todas? ¿Todavía pretendes fotografiarlas todas?
               —Sí. Monsieur Maspero me dijo que nunca se había hecho este trabajo.

               —En  fotografía,  no,  pero  los  sabios  de  Napoleón  cubrieron  todo  Egipto.  Los


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