Page 7 - COLECCION HERNAN RIVERA MAS DOS CUENTOS
P. 7
apagada, nadie que pase por ahí imaginaría que en la panza
de ese enorme armatoste oxidado hay gente durmiendo. Al
despertar por las mañanas bajan el tablón, se deslizan por él
como por un tobogán y lo entierran en la arena junto a la
boya.
Aquella era la primera vez que Jerónima Monroe iba
allí, y lograr que su humanidad subiera por el tablón fue
toda una proeza. Ya echados a dormir, luego de haber
compartido una agujita de la mejor hierba que habían
logrado conseguir en mucho tiempo, Brando Taberna no
quería ni siquiera rozar a la gorda: no le hacía mucha gracia
fornicar en las narices de su amigo.
Pero al poco rato, la promiscuidad y el calor reinante
hicieron que a la voluminosa hippie le viniera un ataque de
lujuria incontenible. Sin poder aguantarse las ganas, se sacó
el ratón blanco de su escote —donde lo hacía dormir por
las noches—, lo metió en su morral de lana cruda y,
desesperadamente, resollando su congénita asma de cetácea
en celo, susurró: «Ya no aguanto más, loquito, te lo juro», y
se montó ella misma sobre Brando Taberna.
Cristo Pérez se hizo el dormido.
Media hora después, chorreando transpiración por todos
los pliegues de sus carnes pecosas, todavía excitada, la
gorda volvió al ataque con ímpetus renovados. Con voz
ahogada, ensayando su mejor mohín a lo Marilyn Monroe,
le propuso hacerle el favor a los dos juntos, a él y al loquito
de la Biblia, como llamaba a Cristo Pérez. Se lo susurró al
7