Page 17 - Tito - El martirio de los judíos
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Capítulo 1
YO, SERENO, ciudadano de Roma, inicio aquí la última parte de los
Anales de mi vida.
Hace casi dos años que murió el emperador Tito.
Lo he servido y sé lo que el Imperio le debe.
Pero su hermano Domiciano, que le ha sucedido, se aplica en borrar el
nombre de Tito de la memoria de Roma.
Y eso que se trata de quien, según recuerdan las inscripciones grabadas
en los arcos de triunfo, «domeñó al pueblo judío y destruyó la ciudad de
Jerusalén ante cuya toma todos, generales, reyes y pueblos, antaño
habían fracasado o desistido».
Un emperador envidioso puede mandar suprimir a martillazos esas
frases.
Pero si el dios al que rezo me da la voluntad y la fuerza para acabar
estos Anales , serán un monumento erigido por todos los hombres y por
siempre para conmemorar al emperador Tito.
Voy a contar sus vicios y sus culpas, su crueldad y sus bajezas, pero
también su probidad, su generosidad y su valor.
Quiero que ocupe el lugar que le corresponde entre los emperadores de
Roma.
Cuando lo conocí, sólo era el legado de la legión XV Apolinaris, cuyo
campamento se asentaba en el delta del Nilo, ante las puertas de
Alejandría, la oriental y majestuosa, la afamada y sabia, la segunda
ciudad del Imperio, la que Roma envidiaba.
Por entonces, Tito sólo tenía veintisiete años y yo apenas cincuenta.
Nerón seguía reinando. Recorría los circos y teatros de Grecia,
declamando o conduciendo una cuadriga, ávido de trofeos y de
aclamaciones, soñando con emprender, al modo de Alejandro, una gran
expedición victoriosa hacia el Indo que lo convirtiera por siempre en el
más glorioso de los emperadores del género humano.
Pero los judíos se habían rebelado en Judea y en Galilea.
Y fue como si un centurión armado con sus dos espadas, con su coraza
dorada moldeándole el torso, hubiese recibido una flecha en el pie. No
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