Page 20 - Tito - El martirio de los judíos
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Capítulo 2




                AL principio desconfié de Tito.

                Cuando hube cruzado la pasarela del trirreme, me hizo una señal para
                que me acercara a él.

                Estaba de pie en la popa, sobre la plataforma de mando que, limitada
                por una balaustrada, domina el puente de la galera. Lo rodeaban unos
                centuriones y el tribuno Plácido, a quien yo conocía. Las capas
                revoloteaban y veía sus vigorosos cuerpos, sus torsos musculosos, sus
                fuertes manos agarrando la balaustrada al ponerse a oscilar la nave,
                apenas soltadas las amarras. El oleaje invernal era fuerte, alcanzaba el
                interior del puerto, y la travesía se anunciaba peligrosa en aquella
                estación.

                Mientras caminaba hacia la plataforma, vi al lado de Tito a dos jóvenes
                de rostro lampiño y cabeza rapada. Llevaban bajo sus capas pardas
                unas largas túnicas blancas de tela fina, mangas cortas y muy
                escotadas. Se notaba que tanto sus cuerpos como sus rostros estaban
                depilados.


                Cada vez que la galera se alzaba y quedaba suspensa sobre la cresta de
                una ola, sin que los remos alcanzaran a hundirse en un agua tan gris
                que casi parecía negra, ambos efebos soltaban grititos mujeriles.


                Recordé los rumores que, en Roma, señalaban a Tito como uno de esos
                depravados que se habían criado en el palacio imperial y que Nerón
                había convertido en sus compañeros de vicio. Se llegó a decir que Tito
                sobrepasaba a Nerón en perversidad y crueldad, y que esa afición suya
                a la lujuria lo había librado de la muerte.


                Había sido amigo de Británico, pero Nerón no quiso condenarlo. Tito
                sólo enfermó tras probar los platos envenenados destinados al hermano
                del emperador. Británico había muerto, pero Nerón envió a sus médicos
                a que cuidaran a Tito, no para rematarlo abriéndole las venas, como tan
                a menudo les ordenaban hacer, sino para sanarlo.

                Lo consiguieron y Tito volvió a patear, junto a Nerón, las callejas de
                Roma, enfangándose en las cloacas de tabernas y lupanares. Él también
                gozaba haciendo sufrir.

                Pero Nerón, a quien agradaba cambiar de pareja, lo premió enviándolo
                como tribuno ante las legiones que combatían en Bretaña y en
                Germania.







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