Page 23 - Tito - El martirio de los judíos
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Rió echando la cabeza hacia atrás.


                —Dicen —prosiguió— que algunos discípulos de Cristo no lo están.

                Puso cara de desprecio.


                —Los judíos son singulares. No son bárbaros como esos con los que
                combatí en Bretaña y en Germania. Son más orgullosos y más sabios
                que los griegos. Se creen superiores a los demás pueblos. No obstante,
                no son lo bastante inteligentes para darse cuenta de que —apretó el
                puño izquierdo—nuestras legiones los van a aplastar como a un pájaro
                que tuviese atrapado en mi mano. Les permitimos conservar a su rey,
                Agripa, a sus sacerdotes, a una reina, Berenice, disponen con libertad
                de sus templos. Algunos de ellos se han convertido en ciudadanos
                romanos. Son miles en Roma. Practican su religión sin la menor traba…

                —Los matan, los crucifican —murmuré. —¿Los estás defendiendo,
                Sereno?


                Había en su voz más extrañeza y curiosidad que ira.

                Entonces le conté lo que sabía de los judíos.


                Había aprendido acerca de ellos leyendo la Historia de la guerra servil
                de Espartaco , escrita por mi antepasado Gayo Fusco Salinator. En ella
                elogiaba a un hombre prudente, religioso y sabio, Jaír el Curandero,
                nacido en Judea, al que había acogido en su villa de Capua, esta misma
                desde donde estoy escribiendo estos Anales.


                Cuando vivía en Roma, supe que un sacerdote judío, Josefo ben Matías,
                se había entrevistado con Popea, la emperatriz convertida, según
                decían, a la religión de los judíos. Ese tal Josefo había visitado a Séneca,
                y mi maestro había quedado muy impresionado por la sabiduría de
                aquel hombre joven que había leído a los griegos y viajado a Roma para
                intentar que liberaran a los sacerdotes judíos encarcelados. Su misión
                tuvo éxito gracias a Popea. También lo ayudó el actor más famoso de
                Roma, el mimo Alitiro, a quien Nerón admiraba, colmaba de regalos y
                envidiaba.

                Yo había asistido a algunas de sus actuaciones. Los romanos lo
                aclamaban, y vi en el palco imperial al rey de Judea, Agripa, y a su
                hermana Berenice, recibidos y honrados como soberanos legítimos.

                Pero en Judea, el procurador Gesio Floro y el gobernador de Siria, Cesio
                Galo, habían tratado a los judíos, uno de los pueblos más antiguos de la
                tierra, como si fueran bárbaros. Floro los había humillado. Los romanos
                habían permitido que los sirios y los árabes de Antioquía y de Cesarea
                los persiguieran. Los propios legionarios habían participado en el
                saqueo de sus bienes. Floro había metido las manos en el tesoro del
                Templo de Jerusalén. Había mandado azotar y crucificar a quienes




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