Page 141 - Aldous Huxley
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                            CAPITULO XVI






                  Los hicieron entrar en el despacho del Interventor.

                  -Su Fordería bajará en seguida -dijo el mayordomo Gamma.


                  Y los dejó solos.


                  Helmoltz se echó a reír.

                  -Esto  parece  más  una recepción social que un juicio -dijo. Y se dejó caer en el más
                  confortable de los sillones neumáticos-. Ánimo, Bernard -agregó, al advertir el rostro
                  preocupado de su amigo.


                  Pero Bernard no quería animarse; sin contestar, sin mirar siquiera a Helmholtz, se sentó
                  en la silla más incómoda de la estancia, elegida cuidadosamente con la oscura esperanza
                  de aplacar así las iras de los altos poderes.


                  Entretanto, el Salvaje no cesaba de agitarse; iba de un lado para otro del despacho,
                  curioseándolo todo, sin demasiado interés: los libros de los estantes, los rollos de cinta
                  sonora y las bobinas de las máquinas de  leer  colocadas  en  sus  orificios  numerados.
                  Encima de la mesa, junto a la ventana, había un  grueso  volumen  encuadernado  en
                  sucedáneo de piel negra, en cuya tapa aparecía una T muy grande estampada en oro.
                  John lo cogió y lo abrió. Mi vida y mi obra, por Nuestro Ford.


                  El  libro había sido publicado en Detroit por la Sociedad para la Propagación del
                  Conocimiento  Fordiano.  Distraídamente,  lo ojeó, leyendo una frase acá y un párrafo
                  acullá, y apenas había llegado a la conclusión de que el libro no le interesaba cuando la
                  puerta se abrió, y el interventor Mundial Residente para la Europa Occidental entró en
                  la estancia, con paso vivo.

                  Mustafá Mond estrechó la mano a los tres hombres; pero se dirigió al Salvaje:


                  -De modo que nuestra civilización no le gusta mucho, Mr. Salvaje -dijo.

                  El Salvaje lo miró. Previamente, había tomado la decisión de mentir, de bravuconear o
                  de guardar un silencio obstinado. Pero, tranquilizado por la expresión comprensiva y de
                  buen humor del Interventor, decidió decir la verdad, honradamente:

                  -No.


                  Y movió la cabeza.
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