Page 138 - Aldous Huxley
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                  -¡Sí, vomitando! -gritó claramente. El dolor y el remordimiento parecían reabsorbidos
                  en un intenso odio todopoderoso contra aquellos monstruos infrahumanos-. ¿No deseáis
                  ser libres y ser hombres? ¿Acaso no entendéis siquiera lo que son la humanidad y la
                  libertad? -El furor le prestaba elocuencia; las palabras acudían fácilmente a sus labios-.
                  ¿No lo entendéis? -repitió; pero nadie contestó a su pregunta-. Bien, pues entonces -
                  prosiguió, sonriendo- yo os lo enseñaré; y os liberaré tanto si queréis como si no.

                  Y abriendo de par en par la ventana que daba al patio interior del Hospital empezó a
                  arrojar a puñados las cajitas de tabletas de soma.

                  Por un momento, la multitud caqui permaneció silenciosa, petrificada, ante el
                  espectáculo de aquel sacrilegio imperdonable, con asombro y horror.

                  -Está loco -susurró Bernard, con los ojos fuera de las órbitas-. Lo matarán. Lo...


                  Súbitamente se levantó un clamor de la multitud, y una ola en movimiento  avanzó
                  amenazadoramente hacia el Salvaje.

                  -¡Ford le ayude! -dijo Bernard, y apartó los ojos.


                  -Ford ayuda a quien se ayuda.

                  Y, soltando una carcajada, una auténtica carcajada de exaltación, Helmholtz Watson se
                  abrió paso entre la multitud.

                  -¡Libres, libres! -gritaba el Salvaje.


                  Y con una mano seguía arrojando  soma por  la ventana, mientras con la  otra  pegaba
                  puñetazos a las caras gemelas de sus atacantes.


                  -¡Libres!

                  Y vio a Helmholtz a su lado -¡el bueno de Helmholtz!-, pegando puñetazos también.


                  -¡Hombres al fin!

                  Y, en el intervalo, el Salvaje seguía arrojando puñados de cajitas  de  tabletas  por  la
                  ventana abierta.

                  -¡Sí, hombres, hombres!


                  Hasta que no quedó veneno. Entonces levantó en alto la caja y la mostró, vacía, a la
                  multitud. -¡Sois libres!

                  Aullando, los Deltas cargaron con furor redoblado.


                  Vacilando, Bernard se dijo: Están perdidos, y llevado por un  súbito  impulso,  corrió
                  hacia delante para ayudarles; luego lo pensó mejor y se detuvo; después, avergonzado,
                  avanzó otro paso; de nuevo cambió de parecer y se detuvo, en una agonía de indecisión
                  humillante. Estaba pensando que sus amigos podían morir asesinados si él  no  los
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