Page 137 - Aldous Huxley
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-Está bien, pero tenga la bondad de permitirme que siga con el reparto. Sea buen
muchacho.
-¡Jamás! -gritó el Salvaje.
-Pero, oiga, amigo...
-Tire inmediatamente ese horrible veneno.
Las palabras tire inmediatamente ese veneno se abrieron paso a través de las capas de
incomprensión de los Deltas hasta alcanzar su conciencia. Un murmullo de enojo brotó
de la multitud.
-He venido a traeros la paz -dijo el Salvaje, volviéndose hacia los mellizos-. He
venido...
El delegado del subadministrador no oyó más; se había deslizado fuera del vestíbulo y
buscaba un número de la guía telefónica.
-No está en sus habitaciones -resumió Bernard-. Ni en las mías, ni en las tuyas. Ni en el
Aphroditcum; ni en el Centro, ni en la Universidad. ¿Adónde puede haber ido?
Helmholtz se encogió de hombros. Habían vuelto de su trabajo confiando que
encontrarían al Salvaje esperándoles en alguno de sus habituales lugares de reunión; y
no había ni rastro del muchacho. Lo cual era un fastidio, puesto que tenían el proyecto
de llegarse hasta Biarritz en el deporticóptero de cuatro plazas de Helmholtz. Si el
Salvaje no aparecía pronto, llegarían tarde a la cena.
-Le concederemos cinco minutos más -dijo Helmholtz-. Y si entonces no aparece...
El timbre del teléfono lo interrumpió. Descolgó el receptor.
-Diga.
Después, tras unos momentos de escucha, soltó un taco:
-¡Ford en su carromato! Voy en seguida. -¿Qué ocurre? -preguntó Bernard. -Era un tipo
del Hospital de Lane Park, al que conozco -dijo Helmholtz-. Dice que el Salvaje está
allá. Al parecer, se ha vuelto loco. En todo caso, es urgente. ¿Me acompañas?
Juntos corrieron por el pasillo hacia el ascensor.
-¿Cómo puede gustaros ser esclavos? -decía el Salvaje en el momento en que sus dos
amigos entraron en el Hospital-. ¿Cómo puede gustaros ser niños? Sí, niños. Berreando
y haciendo pucheros y vomitando -agregó, insultando, llevado por la exasperación ante
su bestial estupidez, a quienes se proponía salvar.
Los Deltas le miraban con resentimiento.