Page 135 - Aldous Huxley
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                            CAPlTULO XV






                  El personal del Hospital de Moribundos de Park Lane estaba constituido por  ciento
                  sesenta y dos Deltas divididos en dos Grupos Bokanovsky de ochenta y cuatro hembras
                  pelirrojas y setenta y dos mellizos varones, dolicocéfalos y morenos. A las seis de la
                  tarde, cuando terminaban su jornada de trabajo, los dos  grupos  se  reunían  en  el
                  vestíbulo del hospital y el delegado subadministrador les distribuía su ración de soma.

                  Al salir del ascensor, el Salvaje se encontró en medio de ellos. Pero su mente estaba
                  ausente; se hallaba con la muerte, con su dolor, con su remordimiento; maquinalmente,
                  sin  tener  conciencia  de  lo  que  hacía, empezó a abrirse paso a codazos entre la
                  muchedumbre.

                  -¡Eh! ¿A quién empujas?


                  -¿Adónde te figuras que vas?

                  Aguda, grave, de una multitud de gargantas separadas sólo  dos  voces  chillaban  o
                  gruñían. Repetidos indefinidamente, como por una serie de espejos, dos rostros, uno de
                  ellos como una luna barbilampiña, pecosa y aureolada de rojo, y el otro alargado, como
                  una máscara de pico de ave, con barba de dos días, se volvían enojados a su paso. Sus
                  palabras y los codazos que recibía en las costillas lograron devolver a John la conciencia
                  del  lugar  donde  se  encontraba.  Volvió a despertar a la realidad externa, miró a su
                  alrededor, y reconoció lo que veía; lo reconoció con una sensación profunda de horror y
                  de asco, como el repetido delirio de sus días y sus noches, la  pesadilla  de  aquellas
                  semejanzas perfectas, inidentificables, que pululaban por doquier. Mellizos, mellizos...
                  Como gusanos, habían formado un enjambre profanador sobre el misterio de la müerte
                  de Linda.


                  -¡Reparto de soma ! -gritó una voz-. Con orden, por favor. Venga, de prisa.

                  Se había abierto una puerta, y alguien instalaba una mesa y una silla en el vestíbulo. La
                  voz  procedía  de  un  dinámico joven Alfa, que había entrado llevando en brazos una
                  pequeña  arca  de hierro, negra. Un murmullo de satisfacción brotó de labios de la
                  multitud de mellizos que esperaban. Inmediatamente olvidaron al Salvaje. Su atención
                  se  hallaba  ahora  enteramente  concentrada en la caja negra que el joven, tras haberla
                  colocado encima de la mesa, la estaba abriendo. Levantó la tapa.

                  -¡Oooh  ...  !  -exclamaron los ciento sesenta y dos Deltas simultáneamente, como si
                  presenciaran un castillo de fuegos artificiales.

                  El joven sacó de la caja negra un puñado de cajitas de hojalata.


                  -Y  ahora  -dijo  el  joven, perentoriamente-, acérquense, por favor. Uno por uno, y sin
                  empujar.
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